25 de julio de 2012

JIRI ANDERLE (1936) / UNA REUNIÓN SOBRE LA TUMBA

  •  Un médico italiano, Lermolieff (Morelli) escribió que "así como la mayoría de los hombres que hablan o escriben poseen hábitos verbales y usan palabras o frases preferidas de forma involuntaria, y a veces incluso de manera inadecuada, así también casi todos los pintores poseen sus propias características, que se le escapan sin darse cuenta......Todo aquel, por lo tanto, que desee estudiar un pintor en profundidad, deberá ingeniárselas para descubrir estas minucias (sic) que tienen su importancia y prestarles mayor atención: un estudioso de caligrafía las llamaría ringorrangos".  
  •  En el caso del checo ANDERLE esas minucias son  imágenes que inventa el espíritu, las cuales son los símbolos de nuestro pensamiento (Jacques Baudoin en 1644) cuando se expresa en un gemir de vivos y muertos, en un redoble -nosotros, los que sufrimos este hoy- por los que lo han o van perderlo todo, que así sabemos quienes son, han sido y en que se convertirán.  
  •  Sin necesidad de incurrir en una excomunión dictada por los grandes popes, o no siendo importante tal exceso, afirmaré que es un Durero -magia irrestricta del dibujo- de nuestra época, que alimenta y da presencia y existencia a nuestras sombras, esas que interrrelacionamos e intuimos a la vuelta de la esquina y que siempre están a la espera, tan atentas y con ganas de permanente juerga.
  •  Si el reflejo no falla en su línea de luz, también diría que estamos ante la obra de un humanista con una clara vocación renacentista coetánea, y que, de acuerdo con Diderot, llega a la sublimación, no por la exactitud de las proporciones, sino, por el contrario, en el momento en que plasma un sistema de deformaciones perfectamente entrelazadas. 
  •  La aparición tiende a mantenerse y el asombro
  • a desaparecer, por eso reincorporamos lo aparecido
  • cuando nuestra envoltura cae. Y cuando nos ceñimos
  • hemos ganado la esencial, lo mantenido raptado
  • por el fulgor del asombro. Hemos ganado una esencia 
  • y la epifanía clarea su rostro.
(José Lezama Lima).

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