- Es tan espesa y sólida esta pintura, tan densa y coagulada, que su visión provoca una fuerte incitación.
- Brinkmann, artista español, sobrecoge en su obra por la riqueza de sus texturas, por la metamorfosis de lo que iniciando una sintonía abstracta acaba siendo un sátiro, un sileno, una ménade o una bacante, incluso un Dionisos junto con Ariadna sentados oficiando sus ritos.
- Salimos o entramos, según se prefiera, hacia otra realidad plástica trascendente y sugestiva que configura en la mirada y solamente para ella relatos oníricos y fantásticos que mitifican la vertiente bárbara de nuestra naturaleza supuestamente ambivalente.
Según la contemplamos, vamos dejando atrás los coronados con su aureola, las ricas vestimentas y joyas, éstas desmesuradas con sus grandes piedras preciosas, los palacios fastuosos, y descendemos a nuestros abismos rutinarios en los que ya nos encontramos imbuidos en situaciones de impotencia, frustración y desesperación. Y desde esta visualización bárbara acabamos por entendernos y congraciarnos con la suerte de un destino tan lúcido como para que nos ofrezca esta clarividencia. Que así sea.
El Malecón quiere que le pintemos como un Pantocrátor rodeado de un panteón geriátrico. Y debajo la anástasis, con su descenso al infierno para redimirnos a mi amigo Humberto y a mí, que éramos sus amados hijos (¡Cómo se enteren nuestros progenitores!). Le dijimos, para salir del paso, que eso no era posible mientras estuviésemos borrachos de ron y además la resaca nos haría confundir las figuras y la historia, por lo que era posible que apareciese como Calígula montado en su caballo junto con Nerón tocándole la lira (¿tan ebrios estábamos que no pudimos haber buscado a otros?). Por su supuesto, su respuesta fue castigarnos a mil noches de abstinencia ¿de qué, nos preguntamos?
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