Dicen que no es suficiente con mirar y apreciar la obra de arte, que es además necesario poder comprenderla, asimilarla, interpretarla y desmenuzarla. Por consiguiente, es preceptivo contar con un método, un instrumento coherente -o incoherente en algunas ocasiones, las que lo requieran- que nos permita la aproximación al discernimiento y penetración en la misma.
En el caso del artista cubano Rodríguez Olazábal me siento impotente para llevar a cabo esta requisitoria, he de reconocerlo. Obra íntimamente ligada a los cultos africanos, me atrae porque tiene en el descubrimiento del secreto su hondura y energía. No hay tensión en su planteamiento delineado y figurativo, sino una intersección de planos y composiciones que conforman imágenes que no caben en conceptos apriorísticos ni en explicaciones de intensas resonancias.
Es, desde mi particular prisma, una mística de formulación plástica basada en lo imprevisto, en lo que no se puede someter a análisis sin desvirtuar su misterio, su percepción entre hombre y muerte.
- Desde El Malecón sale un esquife al anochecer con destino desconocido. Y aunque mi amigo Humberto y yo lo vemos alejarse sin saber quienes son sus ocupantes, brindamos por su venturosa arribada a aquel lugar que les propicie la justa simetría que aquí no han encontrado después de haberla buscado inútilmente la mitad de su vida.
Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
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6 de noviembre de 2009
SANTIAGO RODRÍGUEZ OLAZÁBAL (1955)
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