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23 de octubre de 2009

PABLO GARGALLO (1881-1934)

  • Más que profeta, ídolo que careció de carne por estar privado de humanidad, por ser una semidivinidad mediática, agorera, dogmática, anunciadora de funestos augurios y presagios.
    El artista español Pablo Gargallo le erige como un icono irascible poseído de un poder terrible y omnímodo, forjado con el implacable hierro que infunde fuerza, avasalla, que inflige el dolor de lo que arrolla y revienta.
  • Sin embargo, se introducen esas oquedades que conforman la efigie con el fin de adulterar la estructura intrínseca primigenia, como si se tratase de mutilar una naturaleza que se consideraba inviolable. Y sobre esos vacíos fluye la deconstrucción de esa víscera iluminada, su fragilidad y engaño, y la certeza de un supuesto apocalipsis que no tiene en él al elegido sino al prodigio izado en su lugar por un escultor que pieza por pieza le fue arrancando la pletórica plasticidad de lo que ya es sólo eso, un vaticinio que alumbra lo estético.

  • El Malecón nos hace llegar a mi amigo Humberto y a mí un enviado con el mensaje de que somos rehenes llamados a servir de guardianes del orden transformador. ¿Tanto honor para no seguir pensando? ¿Y cómo se pinta esa ineptitud forzada? Pegando botellas de ron a la tela, le respondo.

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