30 de abril de 2008

CASIMIRO BARAGAÑA


Casimiro Baragaña, gran maestro de las artes plásticas asturianas contemporáneas, ha sido y es un hombre predestinado a encontrarse consigo mismo en la pintura.


Y se la encontró y hasta podríamos decir que se desposó con ella desde el momento en que tuvo su primera idea. A partir de ahí tomó rumbo una aventura que se convirtió en destino y que hoy, a los ochenta y cuatro años, ha adquirido piel de historia.


Pero así y todo, Baragaña se considera un pintor que se siente insatisfecho de no haber captado aún la esencia más pura del color, de no haber agotado la geometría de lo exterior con la sutilidad de una línea que nunca llega a dejar de existir, que no ha acariciado con su pincel la ordenación que desvela el azar. Y creo que se engaña porque él ha dedicado millones de instantes a descubrir aquellas facetas y dimensiones del paisaje asturiano que necesitaron a un mago como él para transformarlo en una fantasía perdurable.


Transporta en su cabeza y en su mirada un bagaje inagotable de tonalidades, formas, densidades, imágenes y territorios de todo lo que hasta ahora se ha pintado, y con ello ha conformado una visión que ha ido depurando lo que percibía exteriormente hasta ir condensándolo en lo que cree que ha de ser una expresión que despoje a la pintura de todo aquello que no permita contemplarla en toda su auténtica dimensión. Meta que le hará seguir viviendo porque continuará pensando que le falta todavía mucho para conseguirla.


Mi amigo Humberto yo brindamos por un destino como el suyo, del que necesitaríamos su concurso para que en esta esquina sombría del malecón habanero alumbrase un modo de ver que estuviese ciego para lo que no fuese una revelación súbita de una realidad por pintar. Y bajo esa esperanza perduramos.

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