- Desde las épocas griega y renacentista la maestría en el dibujo siempre nos ha asombrado por ser ese prodigio que emula a la vida en sus más ínfimos pormenores, tanto es así que nos penetra con el tacto, la mirada, la atmósfera, la presencia física, el pensamiento, hasta hacer que sea un espejismo visual con el que relacionarnos en toda forma y momento.
- Dentro de este ámbito la obra del colombiano CABALLERO es una culminación anatómica y apasionada, erótica y doliente, virtuosista en su enardecido éxtasis. Alumbra una liberación de la carne en el espíritu, que por sí sola es perfección si se la busca hasta la agonía.
- Su elocuencia, mientras esos torsos se debaten entre estiramientos, encogimientos, abrazos, tocamientos, desmayos, no se basa en una transgresión exhibicionista pura y dura, sino en la recuperación de un sino trascendental que se halla en la sensualidad y en su influjo sobre la condición de la que estamos hechos.
- Y de tratarse de un discurso efímero, sometido a la caducidad imperativa, ha pasado a ser memoria y celebración, y, por tanto, motivo de descubrimiento de esa finalidad del arte respecto a lo que forma parte de nuestra existencia y visión.
- A mi lado el otro cuerpo,
- al respirar, mantenía la visión
- pegada a la roca de la vaciedad esférica.
- Se fue reduciendo
- a un metal volante con los bordes
- asaltados por la brevedad
- de las llamas,
- a la evaporación de una pequeña
- taza de café matinal,
- a un cabello.