Filóstrato, sofista griego, decía que la fantasía es mejor artista que la imitación, pues si ésta representa lo que ve, aquélla, en cambio, lo que no ve.
En el caso de la obra del español VICENTE, se encuadra lo que se ve y lo que no se ve. No se emancipa de la impresión de lo realmente perceptible sin, por el contrario, dejar de formular que lo visible es poesía plástica de lo invisible inteligible y espiritual.
Además este artista, afilador de paisajes que se han pasado al incógnito, es un ejemplo de las cuatro causas de la obra de arte que menciona Séneca: materia, artista, forma y finalidad. Un neoplatónico añadiría una quinta: idea.
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Y podemos inclusive acudir a Dante cuando sostiene:
"El arte se encuentra en tres fases: en el espíritu del artista, en el instrumento y en la materia que, a través del arte, recibe su forma".
En resumen, se avanza con determinados medios hacia determinados objetivos, realizando determinadas formas en determinadas materias. Por eso, siguiendo este hilo, podemos afirmar que sus cuadros son horizontes de acogida y despedida, de soledad completa en una naturaleza a la que le falta la ilusión del conjuro y le sobra la maldición de una eternidad estática e insomne.
¡Oh Muerte, viejo capitán, ya es hora! ¡Levemos el ancla!
Este país nos hastía, oh Muerte, ¡icemos las velas!
Si el cielo y el mar son negros como tinta,
¡Nuestros corazones que tú conoces están llenos de luz!
¡Viértenos tu veneno para que nos reconforte!
Queremos, tanto nos quema el cerebro este fuego,
Lanzarnos al fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¡qué importa!
¡Al fondo de lo Desconocido para encontrar algo nuevo!
(Baudelaire)