Conocí la historia de un entusiasta artista, siempre muy inquieto e insatisfecho, que empezando como simbolista, se pasó después al abstractismo y acabó en el absurdismo en esa primera etapa.
En una segunda fase, se adhirió al acmeísmo, transitó luego por el anagogismo para posteriormente militar en el antirrealismo y sumarse finalmente al apariencialismo.
Descontento con los resultados, se embarcó enseguida con el atematismo, flirteó con el bidimensionalismo, lo intentó con el caligramismo y fracasó con el construccionismo.
Indesmayable y tenaz, se fue al creacionismo y al momento siguiente ya estaba en el cromoluminarismo, al que le siguió el cubismo, el dadaísmo y el divisionismo.
Ya algo fatigado aunque aún entero, se inició en el elemantilismo, ulteriormente en el esquematismo, el exacerbismo, el expresionismo y el fauvismo.
Con las esperanzas perdidas caminó hacia el futurismo, lo dejó y continuó con el geometrismo, hermetismo e ideoplasticismo.
Y desesperado ya, puso su último aliento en el imagismo, a continuación el irrealismo y sucesivamente, el linealismo, el litocromatismo, el naivismo, el negrismo, el objetismo, el onirismo y el perspectivismo.
Agotadas sus fuerzas y sus certidumbres, dedicó las últimas que le quedaban al postismo, el primitivismo, el puntillismo, el semiabstractismo, el sintetismo, el suprematismo y el surrealismo.
Y finalmente, ya agonizante, lo probó con el ultraísmo, el vibrismo y el vorticismo.
Descanse en paz.
Sigo aguardando noticias de mi amigo Humberto y de un malecón que cuando esta malherido mortifica a sus habitantes con una frase apocalíptica, robada a Jean Cocteau: "Yo soy una mentira que dice la verdad".