En Baja California nos encontramos con un artista mejicano, Roberto Rosique, y este "Corazón Viejo", que él ha construido con la magia de lo que hay dentro de lo físico y que está esperando que un buen explorador lo halle.
Los creadores que conciben y fecundan desde esta base material sus métodos de expresión poseen como una mediación orífice que les permite adentrarse con gran facilidad en estos terrenos y superficies, conociendo en cada momento el potencial característico de su naturaleza y su adaptación al proyecto del artista.
Y de esta forma se llega a la plasmación que viene después, la que conforma el encaje de la obra al lenguaje del tiempo mediante los rasgos estilísticos que le confieren autenticidad y autoridad, la que hace que nos seduzca por abrirnos una imagen, una visión, que guía nuestra mirada por unos cauces que intuitivamente estábamos esperando para saciar nuestra sed de ver bajo otros espejos.
Roberto lo ha conseguido por llevar permanentemente su oficio a apelar a instancias cada vez más plagadas de recursos, estímulos y consecuciones plásticas paralelas entre realidad y vida.
En esta obra, el corazón, un inmenso pulpo, se agarra inútilmente a una coreografía que lo está enterrando en un túmulo de acero para que su descanso eterno sea un colosal lamento. Así sea.
Sentados en el malecón bajo un día que se está convirtiendo en noche, le pregunto a mi amigo Humberto si sería capaz de pintar el silencio. Me contestó, sin dudarlo un segundo, que por supuesto, que sólo necesitaría diez ocas, veinte gallinas, cinco perros, tres jicoteas, dos puercos y una arrebatada. Enmudecí.