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7 de julio de 2008

CORAZÓN VIEJO


En Baja California nos encontramos con un artista mejicano, Roberto Rosique, y este "Corazón Viejo", que él ha construido con la magia de lo que hay dentro de lo físico y que está esperando que un buen explorador lo halle.


Los creadores que conciben y fecundan desde esta base material sus métodos de expresión poseen como una mediación orífice que les permite adentrarse con gran facilidad en estos terrenos y superficies, conociendo en cada momento el potencial característico de su naturaleza y su adaptación al proyecto del artista.


Y de esta forma se llega a la plasmación que viene después, la que conforma el encaje de la obra al lenguaje del tiempo mediante los rasgos estilísticos que le confieren autenticidad y autoridad, la que hace que nos seduzca por abrirnos una imagen, una visión, que guía nuestra mirada por unos cauces que intuitivamente estábamos esperando para saciar nuestra sed de ver bajo otros espejos.


Roberto lo ha conseguido por llevar permanentemente su oficio a apelar a instancias cada vez más plagadas de recursos, estímulos y consecuciones plásticas paralelas entre realidad y vida.


En esta obra, el corazón, un inmenso pulpo, se agarra inútilmente a una coreografía que lo está enterrando en un túmulo de acero para que su descanso eterno sea un colosal lamento. Así sea.


Sentados en el malecón bajo un día que se está convirtiendo en noche, le pregunto a mi amigo Humberto si sería capaz de pintar el silencio. Me contestó, sin dudarlo un segundo, que por supuesto, que sólo necesitaría diez ocas, veinte gallinas, cinco perros, tres jicoteas, dos puercos y una arrebatada. Enmudecí.

3 de julio de 2008

CHAMÁN


Las huellas del horror, los rastros de una vida encubierta, los indicios de mundos zoomórficos, pueblan nuestro imaginario de delirios.


Joseph Beuys, considerado el artista más influyente en la última posguerra alemana, oficiaba de chamán (o por lo menos tal función se le atribuía) extrayendo del mito, de la materia, de la leyenda y el folclore, iconos que representan el poder, la violencia, la amenaza, la agresión, aquello que, en definitiva, tomamos como fruto de nuestras propias pesadillas.


Son símbolos de los que ya no podemos prescindir, un referente en nuestra visión contemporánea y que forman parte de una introspección a la que en todo momento estamos abocados.


Cuando llegué al taller de mi amigo Humberto, estaba ante un lienzo con un loro en el hombro. Le pregunté para qué le servía y él me contestó que le ayudaba a no desviarse del camino trazado.


De lo cual me di cuenta después, cuando una fogosa mulata pasó ante nosotros, que el loro exclamó: ¡atrapa ese contorno! ¡Ahorma ese pubis! ¡Perfila esos senos! ¡Levanta ese trasero!


Al final, aprendimos a ver con los ojos del maldito pájaro -que se proclamó el mesías de las aves pintoras-, pero para entonces viejos, ciegos, cojos y cansados como estábamos, ni al tantear y acariciar con la mano, pudimos saber si era una virgen mestiza o albina impura. ¡Tanta impunidad hay en el oficio de forjar quimeras para un futuro sin presente!

1 de julio de 2008

BOCA ABAJO


Las imágenes boca abajo provocan sensación de vértigo, de pérdida de equilibrio, de caída mortal y hasta de fin del mundo.


Gorg Baselitz, artista alemán, que desde 1968 sólo pinta sus obras boca abajo, plantea un desafío al espectador conforme a lo que él concibe como una percepción racionalizadora, consistente en la inversión del orden de apreciación del objeto visual, comenzando primeramente por lo matérico, la textura y el color.


Pero también emplaza al observador para que la mirada, desconcertada y sin puntos de apoyo, busque dentro de sí las referencias más irracionales e inverosímiles con las que confrontar este nuevo enfoque de la idea plástica, en un intento desesperado de componer un nuevo orden.


Tal formulación pone a prueba nuestra capacidad de recipientes y receptores y suscita un dilema que aborda la persistencia de convenciones y prejuicios, la primacía del sentimiento y emoción de lo estético, la adaptación a las transformaciones en nuestras relaciones con la imagen y los derroteros del hecho artístico.


Y en este terreno, además de los recursos ideográficos con los que contamos, también juega la visión de lo que queremos y nos imaginamos como contrapunto de lo que somos y donde estamos.


Al penetrar en el taller de mi amigo Humberto me encuentro en el caballete un retrato de mujer de cuerpo entero. Me extrañó porque últimamente sólo pinta jergones desnudos en cuartos oscuros, donde se echa a dormir para palpar soledades.


El cuerpo estaba cubierto con un tejido de gasa que dejaba entrever sus armónicas formas. Se trataba de la mujer de un cliente, pero me aclaró que únicamente el rostro era de ella, el resto pertenecía a una modelo mulata que encontró en el malecón.


- ¿Y qué le ha parecido al cliente?


- ¡Triste miseria! Quedó tan complacido que lo primero que ha hecho es pedirme el teléfono de la modelo y salir corriendo a llamarla.

DIANA Y ACTEÓN/LA TENTACIÓN DE SAN ANTONIO


Cuenta Ambroise Vollard, en sus "Memorias de un vendedor de cuadros", que cuando organizó una exposición con obras de Cézanne, a uno de los lienzos, que representaba a unas bañistas desnudas al aire libre cercanas a una figura de pastor, se le puso un marco del que se le olvidó quitar el anterior título de "Diana y Acteón".


En las críticas se describió el cuadro como si efectivamente se tratase del baño de Diana. Incluso un crítico llegó a alabar la noble actitud de la diosa y el púdico aspecto de las vírgenes que la rodeaban, admirando especialmente el gesto de la doncella que extendía el brazo, como diciendo: ¡vete!


Poco después le pidieron al marchante "La tentación de San Antonio" para otra exposición. Como ya la había vendido se le ocurrió enviar, sin título, el cuadro de las bañistas. Los organizadores, al recibirlo, lo catalogaron sin más con el título de la obra que habían solicitado.


La crítica, esta vez, descubría la sonrisa hechicera y pérfida de una hija de Satán que trataba de seducir, no ya a Acteón, sino a un patético San Antonio.


Cuando Vollard contó a Cézanne lo ocurrido, éste le contestó:


¡Si no tenía asunto! He querido sólo recoger ciertos movimientos.


Encontré a mi amigo Humberto descargando su zozobra tirando piedras contra una valla. Me extrañó porque él es siempre muy cuidadoso en lo tocante a provocar daños a las personas y a las cosas. Y si lo causaba, lo reparaba inmediatamente. Iba a hablarle cuando de pronto irrumpió una moza morena y de buen ver que le gritó:


¡Mira, hermano, que mi rapaz está por ahí jugando y me lo puedes matar!


Él, sin levantar la vista, le contestó:


No se preocupe, mujer, que le haré a Usted otro inmediatamente!

30 de junio de 2008

LOS ROSTROS QUE NO VEMOS


  • Frank Auerbach no hace retratos de rostros sino que ellos mismos dejan que el denso empaste cromático los vaya exteriorizando hasta que sean ásperos fósiles enmascarados. Él se limita a ser un mediador que intercede.

  • E intercede dibujando en la faz edad, dolor, sufrimiento, odio, indiferencia, rabia, frustración, cada grueso trazo es un rasgo que se va definiendo, que va tomando la forma de lo grotesco, momento en que la belleza, llena de conmiseración, rescata esas facciones y de un soplo les da color y vida. Y así han de permanecer hasta que el tiempo de la inmortalidad dé paso al de las cenizas. Mientras tanto se hablan en silencio pues han perdido la fe en la voz que les había de salvar.






  • En el malecón, hoy, se representa un melodrama en el que los espantajos sufren una metamorfosis durante unas horas, en las que redimen su fealdad y cantan a su nueva belleza. Mi amigo Humberto y yo nos sumamos al acto de este grandioso escenario esperanzados en el encuentro con nuestra vertiente hermosa y rebosante de placeres invictos.

  • No sucedió así, la mudanza se nos vetó por ser seres apátridas, vivir en constante penumbra y no poder pintar más que habitantes incapaces de vivir fuera de las tinieblas. En el camino de regreso no sollozamos más que ron.

26 de junio de 2008

LA ISLA DE LOS MUERTOS


A través del paisaje se han llevado a cabo innumerables renovaciones y transformaciones de la sustancia pictórica. Los artistas han sabido ver en él la matriz para la conformación de visiones innovadoras entre lo objetivo y lo subjetivo, entre la realidad y la fantasía, entre lo físico y lo inmaterial.


Ante esta obra, "La isla de los muertos", de Arnold Böcklin, pintor suizo injustamente olvidado y no muy valorado, nos atrapa la incitación a formar parte de ese minúsculo cortejo -de hecho lo vamos acompañando con los ojos- y a ser protagonistas de una ceremonia que en un anfiteatro tan sobrenatural adquiere una dimensión cósmica.


El artista, fiel a un romanticismo que entonces estaba en su momento álgido, ha sabido reflejar con un virtuosismo casi imposible el pensamiento de la mortalidad que nos oprime y al mismo tiempo nos seduce, con el fin de abandonarnos en el otro lado, en un instante de dramaturgia fría, solitaria, silenciosa, mórbida, si bien majestuosa.


Un cúmulo de visiones y sensaciones atenaza nuestro cuerpo cuando la mirada se posa en ese paisaje que no por fantástico es menos real, tal es la penetración de una pintura que roza la perfección gracias a que todos los elementos que juegan dentro de ella conjugan su autonomía plástica con su pleno ajuste en la unicidad de la obra.


Mi amigo Humberto y yo buscamos entre los cayos del Oriente esa isla, pero la más parecida que encontramos estaba atestada de caimanes gigantescos que después de devorarte se encargaban de depositar tus restos en nichos construidos en los arrecifes.


No nos movió tanta sensibilidad con nosotros mismos como para poder probar fortuna en ella, por lo que decidimos regresar al malecón y convertir en cenizas unos granos de maíz que con unas gotas de ron y unas pavesas de tagarnina catalizarían nuestras mermadas fuerzas a la hora del desposorio con nuestra hada letal.

25 de junio de 2008

CHANGÓ


Mi amigo Humberto y yo divisamos al obeso y monstruoso Changó apostado en una esquina del malecón. Hijo no querido de Aggayú y Yemayá, la dueña del mar, fue adoptado por Obatalá, el señor del pensamiento. Expulsado del Congo, se encontró camino del destierro a Orula, a quien hizo entrega del tablero de Ifá, del que fue su oráculo. Mujeriego impenitente y pendenciero, estaba casado con Obba, teniendo como amantes a Oyá, señora de los vientos, y a Ochún, la más hermosa.


Nos hizo una seña para que nos acercásemos y según nos aproximábamos observamos que estaba vestido con una túnica de mujer y unas trenzas. Nos explicó que estando en la vivienda de Oyá, su barragana y esposa también de Oggún, señor de los hierros, fue cercado por unos enemigos, de los cuales sólo pudo escapar disfrazado de tal guisa.


Para celebrarlo, nos convidó a abo (cordero), gallo rojo, aguera (codorniz), ayapa (jicotea), guinea, toro, pavo, gallos jabaos y plátano.


Después nos tocó el güiro, que le había regalado su padrino Osain, con la boca y un dedo, y también nos adivinó nuestro destino con el caracol y los cocos.


Una vez que se despidió de nosotros, los aullidos del viento nos obligaron a guarecernos en el obrador, que al amanecer se nos apareció más lúgubre y cavernoso que nunca.


Humberto tomó un pincel con el que desflorar la tela mientras yo aporreaba los tres tambores sagrados (okónkolo, itótele e iyá), hasta que la efigie tomó forma y vida mediante la caída de un espantoso rayo. Ante ella brindamos con harina de maíz y lilá pues por un día más estábamos a salvo.

UMBRALES INCIERTOS