Las huellas del horror, los rastros de una vida encubierta, los indicios de mundos zoomórficos, pueblan nuestro imaginario de delirios.
Joseph Beuys, considerado el artista más influyente en la última posguerra alemana, oficiaba de chamán (o por lo menos tal función se le atribuía) extrayendo del mito, de la materia, de la leyenda y el folclore, iconos que representan el poder, la violencia, la amenaza, la agresión, aquello que, en definitiva, tomamos como fruto de nuestras propias pesadillas.
Son símbolos de los que ya no podemos prescindir, un referente en nuestra visión contemporánea y que forman parte de una introspección a la que en todo momento estamos abocados.
Cuando llegué al taller de mi amigo Humberto, estaba ante un lienzo con un loro en el hombro. Le pregunté para qué le servía y él me contestó que le ayudaba a no desviarse del camino trazado.
De lo cual me di cuenta después, cuando una fogosa mulata pasó ante nosotros, que el loro exclamó: ¡atrapa ese contorno! ¡Ahorma ese pubis! ¡Perfila esos senos! ¡Levanta ese trasero!
Al final, aprendimos a ver con los ojos del maldito pájaro -que se proclamó el mesías de las aves pintoras-, pero para entonces viejos, ciegos, cojos y cansados como estábamos, ni al tantear y acariciar con la mano, pudimos saber si era una virgen mestiza o albina impura. ¡Tanta impunidad hay en el oficio de forjar quimeras para un futuro sin presente!