- Que lo digan las estrellas,
- a mí me falta brillo.
- Que lo diga el aire,
- a mí me falta el aliento.
- Que lo diga el mar,
- a mí me faltan peces.
- Que lo diga el fuego,
- a mí me faltan lenguas.
Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
Es un magistral retratista de cuerpos sucios y carnes feas, cochambrosas, hechas para la podredumbre en vida. Percibimos esa turbiedad cromática, sórdida, esos tonos grasientos, esas pieles mugrientas, y nos preguntamos en qué medida son nuestro reflejo metafórico y en qué escala nuestro espejo real.
Este artista nos ha confinado a vernos desde ópticas a las que no queremos acostumbrarnos o deseamos olvidar o simplemente no contemplar. En la intimidad que exigen cuadros como éstos se nos revela una encarnación visual que no nos abandona, que inevitablemente tomaremos como referencia en las calles y ciudades que recorremos, en la tierra que pisamos, incluso en las prostitutas que visitamos.
Mi amigo Humberto y yo no somos tan torpes que en esos cuerpos no atisbemos una parte de nosotros mismos, por eso dejamos siempre que la otra se ancle en el malecón, pues en éste la negritud es tan grande que no nos permite divisarla.