A partir de hoy y durante una semana me abstraeré de todo lo mediato para guiarme en lo inmediato, en lo que se hace imperiosa exigencia en una comarca donde las brumas del norte no permiten otro naufragio que un exterminio sin más testamento que una última blasfemia.
Mientras tanto, os dejo en compañía de esta figura de mi amigo Humberto, que es su antítesis: orden de líneas y planos, coherencia formal, sus arabescos, sus símbolos, su armonía cromática, su gran plasticidad; valores formales, en suma, a través de los cuales llega a verse la majestuosidad de una madonna que en su perspectiva frontal cobra una dimensión renacentista y por su configuración en prisma una derivación trópicocubista.
Pero también caben otras aproximaciones, sin lugar a dudas, y otras apreciaciones, por descontado más atinadas, lo cual no obsta para que podamos admirar su belleza, que incluso tiene algún ribete clásico.
Voy a echar de menos nuestra esquina del malecón durante estos días, sus brisas y murmullos, las pieles morenas con que está purificado y construido, nuestros monólogos y soliloquios sobre lo efímero de una vida dedicada al arte, los aciertos y fracasos, el consuelo de un ron que al principio sabe a luz y después filtra la penumbra.
Hasta un siempre que es mañana.