14 de abril de 2008

PARAÍSO


Ya sentíamos el aliento del crepúsculo cuando mi amigo Humberto, conmigo de asistente manual, daba las últimas pinceladas a este lienzo investido de decadencia.


Habíamos hablado de un paraíso y de cómo volver a él; y entonces se le ocurrió esta creación de formas cinceladoras de unas carnes rebosantes, abundantes y dadivosas a lo vertical y a lo horizontal, embutidas en unos cuerpos esplendorosos y ávidos de goce.


El ave nos procuraría el instrumento del conocimiento para inmolarnos en este festín de sensualidad que ilumina una penumbra profética, que no nos trae más que ecos de una tierra perdida y en trance de desaparición.


Si el ocaso fuese la disipación en ese elíseo durante toda la eternidad, mi amigo Humberto y yo formaríamos parte también de esa plasmación del éxtasis plástico, ni hablar de quedarnos fuera.


Sin embargo, expulsados del edén seguimos, borrachos de imaginación y enfermos de fantasía. Tan rotos estamos que ni siquiera el malecón nos habla, nos hace reposar en la niebla y el olor del ron. Y de nuevo nos cubrimos con la máscara de una penumbra que nos tiene presos de por vida.




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