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16 de abril de 2008

MIJAIL VRUBEL


El tema de este cuadro, "El demonio", del pintor simbolista ruso Mijail Vrubel (1856-1910), le obsesionó toda su vida.


La personificación de una bella criatura luciferina como un ser andrógino encarna la ambivalencia que todo hermafrodita representa. Y es un dualismo -bien y mal, masculino y femenino, cielo e infierno, luz y sombra, etc.- que íntimamente nos persigue en nuestra andadura existencial. Él mismo, aparentemente, sentía con tanta intensidad tal binomio que la única forma de tenerlo ante su vista era pintarlo.


Consecuencia de ello, es su legado de un rostro impenetrable, rencoroso, con mirada de odio en un cuerpo de mortal belleza sobre esas alas de pavo real rotas que simbolizan su degradación y expulsión de un presunto imaginario que ya no nos conforta porque hemos perdido la fe en una historia no irredenta.


Vrubel vivió loco y ciego durante los últimos años de su vida y puede decirse que él mismo se la quitó al exponerse desnudo al mortífero frío siberiano del invierno. Murió poco después de neumonía.


Nosotros, mi amigo Humberto y yo, padecemos de otro modo esa angustia, pero la sobrellevamos a través de visiones que entre el ron y ultratumbas llevan a fronteras en que el sueño dibuja un malecón candente de diosas mestizas concediéndote favores de caricias interminables. Mas nunca arriba esa quimera a esta esquina del malecón, por lo que seguimos viviendo condenados a este dueto de poca luz y mucha sombra.

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15 de abril de 2008

MUTILADOS


Estas criatura fetos del pintor argentino Federico Taboada son perfiles y contornos de una estética que abomina de lo idealizado, de lo embellecido, incluso de lo sublimado.


Deformes, incompletos, mutilados, habitan zulos cerrados debajo de nuestros pies y viven ahí porque son la conciencia de nuestra condición destructora y defecadora. Condición que estamos obligados a visualizar para no perderla de vista, que es lo que Taboada, desde patrones baconianos pero con indudable brío plástico y funcional, hace al situarnos esta obra ante la mirada.


Y es que ese ámbito de desmesura nos produce angustia, rechazo, hasta momentos de alucinación o enajenación. Ya Cioran, el filósofo, nos dijo que somos "dóciles a la maldición, no existimos más que en tanto que sufrimos y sólo la voluptuosidad del sufrimiento convierte a la existencia en destino".


Es decir, estamos ante un sistema de referencias irracionales anclado en una sociedad y un tiempo determinados, en una realidad contaminada por nuestra indignidad y miseria.


El vendaval amenazaba a La Habana y el malecón gemía. Sus habitantes lo habían dejado solo y nosotros, Humberto y yo, no nos pudimos acercar a fortalecer su ánimo con tragos de ron. Regresamos a un taller que se trocaba zulo cuando llegábamos empapados de infortunio.


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14 de abril de 2008

PARAÍSO


Ya sentíamos el aliento del crepúsculo cuando mi amigo Humberto, conmigo de asistente manual, daba las últimas pinceladas a este lienzo investido de decadencia.


Habíamos hablado de un paraíso y de cómo volver a él; y entonces se le ocurrió esta creación de formas cinceladoras de unas carnes rebosantes, abundantes y dadivosas a lo vertical y a lo horizontal, embutidas en unos cuerpos esplendorosos y ávidos de goce.


El ave nos procuraría el instrumento del conocimiento para inmolarnos en este festín de sensualidad que ilumina una penumbra profética, que no nos trae más que ecos de una tierra perdida y en trance de desaparición.


Si el ocaso fuese la disipación en ese elíseo durante toda la eternidad, mi amigo Humberto y yo formaríamos parte también de esa plasmación del éxtasis plástico, ni hablar de quedarnos fuera.


Sin embargo, expulsados del edén seguimos, borrachos de imaginación y enfermos de fantasía. Tan rotos estamos que ni siquiera el malecón nos habla, nos hace reposar en la niebla y el olor del ron. Y de nuevo nos cubrimos con la máscara de una penumbra que nos tiene presos de por vida.




MASCARADA


Siempre que veo una mascarada, como ésta de Ensor u otra de Gutiérrez Solana, me deja fascinado la eficacia en el uso de unos recursos estilísticos con los que estos artistas obtienen esa estética de la crueldad.


El pintor, muy astutamente, ha sabido percibir la plasticidad de un tótem que gracias al secreto de la expresividad de que hace gala, consigue que la representación agote todas sus posibilidades.


Y tan es así, que la máscara por sí misma se convierte en persona que sabe reír, gesticular, bromear, aunque nuestra mirada, desvelada la incógnita, observa en sus rostros la podredumbre que la muerte al final nos depara. Por eso, necesitamos que nosotros seamos esas máscaras para engañarnos durante ese breve camino desde el despertar hasta la putrefacción. Un descendimiento -ese mortal signo cristiano- que no nos ahorra sufrimiento aunque nos agarremos al gozo desesperadamente.


Hoy el malecón nos saluda con un grito metafísico de presagio: la Venus del Caribe hará una visita y bendecirá a todos los moradores de este rincón marino. Mi amigo Humberto y yo, sin máscaras que nos oculten, recogimos la botella de ron y nos encaminamos fuera de esta frontera que con tal llegada se transformaría en un priorato de azabache y negrura. Nosotros deseábamos unas horas de luz que alumbrasen la pintura del crepúsculo.

UMBRALES INCIERTOS