García-Viñó, en su libro "Pintura española neofigurativa", editado en 1.968, arremete cruelmente contra el informalismo por considerarlo un ejemplo de antiorden, antiarmonía, anticreación y destrucción. Es un arte sin misterio y sin misterio no hay arte posible, dice. Es un puro juego de formas sin espíritu. No son obras de arte sino objetos estéticos.
Y a partir de esas supuestas verdades axiomáticas establece una relación directa entre el diablo y el informalismo, por cuanto la misión de Satanás en la creación artística es la destrucción, el aniquilamiento de todo lo que represente valores positivos. Y el informalismo es el arte puro de los esteticistas, el que deifica la materia sin proporcionarle la trascendencia espiritual que le es debida.
No deja de asombrarme esta interpretación de carácter religioso que además hace del arte una comunicación con Dios que se hace llegar al resto de la humanidad. Y por supuesto que ese Dios sólo puede ser católico, apostólico y romano. Parece ser que los otros, si los hay, no sirven.
Pues bien, bajo mi más estimado respeto a este acreditado autor, no creo que se pueda encerrar el arte en unos márgenes tan estrechos y tan excluyentes, basados en prejuicios y en unos conceptos previos absolutamente dogmáticos. El arte no necesita de esos soportes para constituirse como una realidad autónoma de la que sobresale por encima de todo la libertad, y es una libertad también para la adquisición de compromisos éticos, sociales y fundamentalmente con su tiempo.
Y el informalismo significa, por cuanto aún está vivo, una corriente de expresión que encuentra su evidencia y autenticidad en la materia como núcleo orgánico del que se alimenta la imaginación del creador, que la dota de significación, entraña, sugestión y símbolo. Y cuyas obras está ahí para establecer la comunicación con nosotros, comunicación que habla en términos de emoción, de encuentro, de diálogo y hasta de monólogo. Y tampoco es necesario deificarlo, no se trata de ello.
Y a partir de esas supuestas verdades axiomáticas establece una relación directa entre el diablo y el informalismo, por cuanto la misión de Satanás en la creación artística es la destrucción, el aniquilamiento de todo lo que represente valores positivos. Y el informalismo es el arte puro de los esteticistas, el que deifica la materia sin proporcionarle la trascendencia espiritual que le es debida.
No deja de asombrarme esta interpretación de carácter religioso que además hace del arte una comunicación con Dios que se hace llegar al resto de la humanidad. Y por supuesto que ese Dios sólo puede ser católico, apostólico y romano. Parece ser que los otros, si los hay, no sirven.
Pues bien, bajo mi más estimado respeto a este acreditado autor, no creo que se pueda encerrar el arte en unos márgenes tan estrechos y tan excluyentes, basados en prejuicios y en unos conceptos previos absolutamente dogmáticos. El arte no necesita de esos soportes para constituirse como una realidad autónoma de la que sobresale por encima de todo la libertad, y es una libertad también para la adquisición de compromisos éticos, sociales y fundamentalmente con su tiempo.
Y el informalismo significa, por cuanto aún está vivo, una corriente de expresión que encuentra su evidencia y autenticidad en la materia como núcleo orgánico del que se alimenta la imaginación del creador, que la dota de significación, entraña, sugestión y símbolo. Y cuyas obras está ahí para establecer la comunicación con nosotros, comunicación que habla en términos de emoción, de encuentro, de diálogo y hasta de monólogo. Y tampoco es necesario deificarlo, no se trata de ello.