FELIPE ALARCÓN ECHENIQUE Y SU ABERRACIÓN DE LA CONCIENCIA
- El artista hispano-cubano FELIPE ALARCÓN ha desatado las furias, las suyas y las de todos, las del pasado, presente y futuro. Se encuentra con todos los signos a su favor y tiene que apurarlos antes de que el tiempo, que está marcando en la superficie de la tela, se acabe. Toda nuestra vida está cargada de muerte pero él, en su obra, la carga todavía más, la llena de ese estremecimiento que es la vía para acercarse a la verdad del arte y su historia, que es la nuestra, que es ese relato en el que nos miramos aunque nos cueste vernos.
- Decía Georges Bataille que la lucidez de la conciencia significa el enfriamiento de la razón. Sin embargo, este artista, en este poderoso tríptico, no la enfría, sino que la deja suelta hasta que culmine en pandemónium donde humanos y divinos, bestias (el rinoceronte de Durero), iconos, Caín, Cristo crucificado, un fauno, el papa, un cardenal, Adán, Eva, iglesias, corruptos, miembros, objetos, etc., formen una capilla sixtina del siglo XXI. Esa es la conciencia de la que habla Georges Bataille como nuestra única salida.
- Por consiguiente, esta obra, "La aberración de la conciencia", puede pasar a primera vista por ofrecer una panorámica impía e iconoclasta, con lo que se quedaría en una visión corta y rácana, fácil y gazmoña. Por el contrario, es una recapitulación lingüística de religión, idolatría, mito, perversión, dolor y mentira. Es como si diese una respuesta antagónica a la frase de T.S. Elliot, aquella de que "cuanto más perfecto sea el artista, más separados estarán dentro de él el hombre que sufre y la mente que crea". Sin duda, la respuesta es absolutamente contraria en Felipe, porque es una incandescencia de estallido, una praxis que a través de un dibujo y una línea que desde que empieza no acaba, vehicula y conforma todo un relato de vida y plástica en un ámbito que sabe vigorizar, darle la fuerza que estaba oculta y ahora hacerle aparecer bajo unas capas cromáticas que simbolizan los contornos de un espacio de espacios que están encima de nuestra cabezas para descender sobre ellas cual si fuese un espíritu al que ya no le sirve ser santo.
- Además de todo ello, lo más prodigioso es que esta configuración nos sea tan afín, como si una lección de creencias que nos era conocida estuviese planteándonos otro discurso visual, cuyos elementos nos eran familiares, por supuesto, pero que volvemos a ver con otra perspectiva. La construcción de esta pieza contiene y estructura muchos planos, no deja a ninguno sin su correspondiente sanción, ni tampoco necesita para existir la cordura ni la bendición de ese nuevo papa que desde una esquina superior se declara impotente ante tantos siglos de una grandiosidad falsa y adulterada.
- Por último, en este trabajo hemos de valorar ese esfuerzo por evocar, por seguir un curso y desarrollo de una estética rica en vestigios desde el Renacimiento hasta hoy, o incluso remontándonos más atrás, hasta el Paleolítico. Todo un recital de doctrinas cuyos hechos pictóricos nos traduce el pintor como una continuación de agravios. Por eso sigo reafirmándome en que la singularidad de Alarcón, concebida desde muy joven oteando los horizontes ilimitados a los que quería llegar bajo la luz del Malecón habanero, atañe a una condición universal de artista inconfundible y portentoso.
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