La pintura requiere del acto hinduista del que va al templo, no a orar o a adorar, sino para dar´san, para ver la imagen divina. Nosotros tomamos el dar´san que el espíritu sagrado nos da. El acto de ver se convierte en una forma de tocar.
Los paisajes del artista mallorquín Riera Ferrari son para tocar y su contacto con esas rocas, arrecifes, moles de piedras, nos confiere la facultad de percibir la piel de lo creado, su naturaleza, su origen incierto.
Él mantiene el enigma de lo que le capacita para fundirse con la materia y hacerse uno con ella, mas lo que importa es que de esa fusión se desprenda una obra que incorpora lo que siempre queremos descifrar de una realidad que es la metamorfosis de nuestra visión.
Mi amigo Humberto se cansa de mirar lo que la imaginación le niega. Arrinconados en nuestra esquina del Malecón, le insisto en que la verdad es algo que siempre se debe buscar pero que nunca se llegará a poseer. Y así, entre arrepentimiento y pecado, salimos al paseo con la cabeza en la mano para que nos pusiesen la limosna en la boca.
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