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4 de agosto de 2009

PAUL NASH (1889-1946)

La fotografía se ha apropiado de los paisajes de guerra gracias a su inmediatez, toma directa y rapidez de trasmisión. Pero el artista británico Paul Nash, cronista en la II Segunda Guerra Mundial, ha querido que también la pintura tuviese la oportunidad de aprehender ese mundo de destrucción, de asimilarlo por medio del pigmento, de tal manera que su conformación plástica grabase en la retina del espectador una huella interior que no tuviese huida al olvido.
Son obras que eluden la función fotográfica, su misión reproductora, para recalar en la esencia pictórica de la devastación, en los tonos lúgubres de una hecatombe impensable. Crepúsculos agónicos, noches arrasadas, escombros fosilizados, adquieren gracias a la fuerza intensa de la pigmentación un impacto brutal y reflexivo a la vez, que sintetiza singularmente lo que lleva al núcleo de la representación.

Y el artista alimenta el contenido con una carga semántica que no permite la connotación accidental, efímera, que desvíe la atención de un escenario que no tiene más que una tragedia, una sola, pero que es inmensa, desoladora, implacable y sin asomo de piedad.
Humberto y yo estamos cansados de otear desde nuestra esquina del Malecón. No se divisa nada o es que ya estamos quedándonos ciegos. Y sin sustento que llevarnos a la boca, enfriamos la sed agarrándonos al muro. Las mestizas, cabizbajas, pasan y no nos miran. Acabaremos siendo invisibles, le digo.



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