Y nos muestra y coloca todo ese abigarramiento de objetos delante de nuestra mirada para que nuestras sensaciones tomen un protagonismo activo y se expresen.
Pues para conseguirlo sólo tiene que tratar de abrumarnos, de asfixiarnos con una escenificación y una atmósfera que no nos deja impávidos sino que sugiere respuestas, dudas, cavilaciones, confirmaciones, para llegar inevitablemente a planteamientos finalistas acerca de este tipo de manifestaciones.
El arte no prejuzga, está abierto a experiencias que renueven su ser para seguir estando vivo y constituir una señal de futuro para la humanidad. Pero las líneas entre lo que es y no es se hacen cada día más delgadas y permeables y nos costará, por lo menos a algunos, poder continuarlas, aunque ninguna circunstancia nos hará renunciar.
El Malecón, al crepúsculo, ordenó el azote de varios de sus habitantes, teniendo la suerte de que entre ellos no estuviésemos nosotros. Pero nos obligó a Humberto y a mí a presenciar el acto y después a verter sobre las heridas de los apaleados, orines, aguardiente, sal, tabaco y pimienta. Esta cura en España, de donde fue traída, la llamaban pringar y servía para evitar que el golpeado contrajese el tétano. No faltaría mucho, nos dijimos sin palabras, para que a nosotros nos tocase ser unos solemnes "pringados". Menos mal que la penumbra nos convidó a ron.
No hay comentarios:
Publicar un comentario