28 de mayo de 2009

JOHN MARTIN

Hay jornadas en que con el silencio y la penumbra la memoria se llena de visiones. Posiblemente es el último estertor del Romanticismo que nos suplica modificar o transformar nuestro mundo de rutinas por una vastedad visionaria en la que penetrar sin pertrechos, desnudos, indefensos, expuestos a lo que ha de ser.

Y entonces evocamos la figura del pintor inglés John Martin para que esa ensoñación tenga una ficción de realidad y nos persuada con ella de que mirar y sentir, contemplar y conmover adquieren carta de naturaleza ante lo apocalíptico.

En ese sentido, la grandiosidad y colosalismo de estos paisajes contienen un ánima aterradora por lo que son y ocultan bajo ellos, tal que ciénagas indescifrables que alientan tiempos de devastación y muerte. No dan tregua ni refugio, sólo parecen querer sus propias víctimas.

Worringuer decía que lo romántico es el mundo nórdico, en el que la naturaleza es una fuerza misteriosa, con frecuencia hostil, a diferencia del área mediterránea, clásica, en donde la relación de los hombres con la naturaleza es clara y positiva.

Ahora bien, en la actualidad estas fantasías de notable factura dibujística y cromática son momentos del arte de una época, así como del celo y la pasión que desprendían unos hombres castigados por la angustia y sed de vivir, y que nos han legado para que de alguna forma ese espíritu no se pierda, se conserve bajo otros moldes.

Los proscritos del Malecón acuden a la llamada de los sueños, Humberto y yo a los de la razón aunque fuésemos derrotados. Ellos aman la victoria, nosotros, la derrota y el fracaso. Y sobrevivimos.



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