Esta obra de Giovanni Francesco Barbieri, apodado "Guercino" por su estrabismo, nos invita a penetrar en la Arcadia, ese país imaginario creado y celebrado por poetas y artistas del Renacimiento y el Romanticismo.
Era un reino de felicidad y paz en una atmósfera de plenitud idílica, habitado pos pastores en íntima comunión con la naturaleza, y en el que se desconocía que el hombre es mortal -¿lo será siempre?-, por eso la sorpresa, asombro y hasta temor de esos jóvenes zagales cuando se encuentran con la calavera, que adquiere para ellos un tamaño y una luz descomunales.
De ahí, en ese contexto socio-histórico y artístico, parten muchas de nuestras interrogaciones metafísicas y ontológicas que conservan y conservarán su actualidad todavía, y que el pintor ha sabido sintetizar y enmarcar como una utopía imposible dado que uno de los elementos para erigir la misma falla estrepitosamente.
La calavera es nuestro infortunio y ni lo divino es capaz de sustraerlo a nuestros ojos, enmascararlo con la trascendencia, tal y como queda reflejado en un lienzo en que lo finito e infinito se enfrentan.
Mi amigo y pintor Humberto Viñas y yo vamos en peregrinación al malecón, queremos pedirle perdón por la infamias de que le hacemos objeto en nuestras borracheras de plenilunios insomnes. Recitamos con voces ebrias estos versos de Kavafis:
"Si vas a emprender el viaje hacia Itaca,
pide que tu camino sea largo,
rico en experiencias, en conocimiento.
Pide que tu camino sea largo.
Que numerosas sean las mañanas de verano
en que con placer, felizmente
arribes a bahías nunca vistas.
Mas no apresures el viaje.
Mejor que se extienda largos años;
y en tu vejez arribes a la isla
con cuanto hayas ganado en el camino,
sin esperar que Itaca te enriquezca".