Jesús Villa Pastur, el inolvidable crítico asturiano, decía que las "Carnavaladas" del también asturiano y artista Evaristo Valle son únicas en la pintura española de todos los tiempos. Y quizás sea cierto.
Él habla del sortilegio del color, del misterio que las envuelve, del hálito poético que de ellas brota. Y también del silencio, del rito extraño y arcaico, de un dolor sobrehumano, de la vergonzante reverencia del hombre a su propia animalidad.
Evaristo Valle nos infunde un fuerte y penetrante extrañamiento ante esta obra, "Carnavalada de los osos", que revive arquetipos olvidados y marginados por la modernidad. Ella nos recuerda lo que fuimos, nuestros temores ancestrales, el oscuro enigma de nuestros orígenes. Y a través suya tocamos la tierra y volvemos a vernos en nuestra historia y acongojados ante nuestro destino.
Recibo un mensaje de mi amigo Humberto como si fuese de ultratumbra, me confiesa que el malecón, por más que le pregunta, no revela lo que piensa, cree que anda ciego, cojo y sordo. O se hace el loco. Y las mulatas, excoriadas de no se sabe si de hambre o de hombre, tampoco dicen nada.
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