9 de abril de 2008

INCAPACIDAD


Yo nunca sé ver un cuadro, sólo lo percibo gracias a la intuición de una mirada que busca insistentemente las señales que se supone que debe emitir. Cuando las encuentro, considero que he de acentuar el conocimiento, examinar cuál es la concepción que me sirve en esa mutua interrelación.

Estos lienzos de mi amigo, el pintor cubano Humberto Viñas, constituyen una realidad que quiere explayarse con lo visible desde lo abstracto invisible de lo musical: unas mujeres fornidas desnudas que con su violonchelo inundan de notas melancólicas un malecón silencioso que estuviese aguardando una muerte largamente anunciada.




  • Y hacen posible lo imposible: una transfiguración que nos permite verlas a nuestro lado, tocar su piel, acariciar su cuerpo, besar sus diminutos senos. Lo peor fue que tanta belleza se diluyó cuando, a traición, llegaron las sombras y los sones melodiosos retornaron a su naturaleza original de sonidos vibrantes.
  • Ya en el taller, insistí en que mi mano condujese la suya y no al revés; tenía derecho, después de tantas telas coloreadas, a pintar sabiendo, por fin, ver. Pero no fue posible; él, ante mi impotencia, retomó la dirección y, como gran demiurgo de penumbras que era, ordenó siluetas, formas, líneas. La gran mancha rojo de fondo -la quiero llamar así- anegaba de llamas un icono musical dedicado a Eros (el rito dionisiaco del cuerpo por delante de la cabeza). El blanco rosado de la carne se consumía en ese incendio y los cuerpos se movían a la captura de ese éxtasis sinfónico magistral.
  • Al llegar el alba se nos había acabado el ron y no sabíamos si había sido una revelación o fruto de un anhelo que nunca habíamos dejado de perseguir. Pero no, allí estaban y allí las dejamos que siguieran pulsando un aria que se prolongase en esa eternidad sin horas que a mi amigo Humberto y a mí nos está alcanzando.

8 de abril de 2008

LOS SIMBOLISTAS


Delacroix, en una de sus declaraciones, auguró la aparición de los simbolistas:

"En su alma el hombre tiene sentimientos innatos que los objetos reales nunca lograrán satisfacer, y la imaginación del pintor y del poeta pueden dar forma y vida a estos sentimientos".

Con ello ya estaba proclamando el nuevo sesgo que la pintura había de tomar, una dirección que abandonaba la mímesis de lo exterior para hacer visible lo interior.

Y añadía:

"Hay un viejo fermento, una tenebrosa profundidad que pide satisfacción".

En estas palabras se condensa lo que después serían las preocupaciones estéticas de un Gustave Moreau, un Pierre Puvis de Chavannes o un Odilon Redon, sin olvidarnos de Gauguin.

Maurice Denis, ya en ese camino, escribía a Edouard Vuillard: "cualquier emoción puede ser el tema de una pintura".

Y Gustave Moreau, uno de los grandes protagonistas, manifestaba que "creía sólo en lo que no veía y únicamente en lo que sentía".



  • Odilon Redon, otro de los grandes protagonistas, decía:
  • "Quiero hacer vivir seres improbables como seres humanos en cuanto sea posible, aplicando la lógica de lo visible al servicio de lo invisible".
  • "Someter las tormentas de la imaginación a las leyes del arte para llevar al espectador hasta las fronteras del pensamiento".
  • Como colofón, hemos de señalar que los simbolistas consideraban el arte no sólo distinto a la vida sino superior a ésta, en el sentido de que la verdadera es la creada por el arte. Fueron asimismo precursores del surrealismo, incluso del expresionismo abstracto, del tachismo o del realismo fantástico.





Mi amigo Humberto y yo, de camino por el malecón, inferimos que, además de ser él un simbolista a su modo, no había mayor angustia que retornar a un sitio donde no anidan más que símbolos que no consienten ser tocados, pero adoctrinan sobre su realidad. Cuando intentamos cogerlos se deshacen y nos dejan un aroma a sed insatisfecha que ni el ron puede saciar.

7 de abril de 2008

RAFAEL PIEDEHIERRO


En Rafael Piedehierro revive el artista renacentista. Pintor, escultor, ceramista, fotógrafo y poeta, en él desagua un manantial de múltiples fuentes culturales, pero todas encauzadas a la idea del hombre y su destino.

Mantiene un duro pugilato con lo que la naturaleza humana va desvelando de sí misma y de ese combate siempre sale con magulladuras, aturdimientos y tristezas. Su obra, y en concreto la serie "Las personalidades del hombre", es fruto de un melancólico escepticismo, un moderado pesimismo y un lúcido desconcierto.

Sus rostros son aullidos de nuestro futuro, trasfondo de nuestro pasado, gárgolas monstruosas que asisten a un corrosivo ceremonial mortuorio. Él, en su vertiente de escultor, como Rodin, modela sombras para descubrir el pensamiento y lo que descubre no quiere verlo.

Este artista y humanista extremeño tiempo tiene de seguir vertiendo pensamientos, signos, formas, en una labor constante que guarda significados en tumbas que después descubriremos como tesoros escondidos en cofres.






Mi amigo Humberto y yo desertamos de un taller al que ya le cubren clamores de silencio, y nos vamos al malecón a esperar la hora de las rumbas.

El mar sestea y las sirenas mestizas cantan como si se celebrara la fiesta de la libertad. No se han dado cuenta que a un himno sin ron, atabales y congas ya no le queda nada de ella.

6 de abril de 2008

UNA CARICIA SIN MAGIA


Hay evocaciones inesperadas. Y esta vez le ha tocado a esta obra de mi amigo Humberto, que él titula como "La sin magia de la caricia", que configura el reconocimiento a partir de un lenguaje poético que se construye a base de rostros, gestos, brazos, manos y cuellos.


Las sensaciones se hacen realidad táctil porque las tonalidades tenues, casi transparentes, nos incitan a ir hallando caricias, rozamientos, ademanes, en definitiva, que nos identifican con esos cuerpos devorados por la angustia.


Es como un paisaje que se delimita a través de los miembros, que llega a la cima de sus cabezas a suplicar un descanso y un perdón, y que al mismo tiempo desemboca en una contemplación emocionada. Tal es el socorro a una manos que aguardan la fortuna de una simetría alada. Misterio que nos envuelve y se hace manifiesto, y además se proclama piel en nuestra piel.


Mi amigo Humberto y yo, agotados los ojos de tanta mirada ciega, pretendemos leer un manifiesto en el malecón convocando a todos sus habitantes. Llegaron casi todos en la noche y ya no cabían más. Nos dijeron que estando ciegos no podíamos declamar, así que se inmolaron en una danza que nunca acabó de terminar. Al amanecer regresamos a la penumbra llenos de sed para beber un trago de soledad.




3 de abril de 2008

ANTONIO LÓPEZ


Antonio López, por su enorme talento plástico, es un caso único e irrepetible en la pintura española. Su minuciosidad, virtuosismo y capacidad para extraer la máxima expresión de la materia, son sus plataformas para emprender y desarrollar un proyecto que da finalidad a una existencia y dota a nuestra historia íntima de la sustancia plástica que requería.


No hay alardes ni ostentosas concepciones visuales, hay imágenes que forman retratos de instantes que se esfumarían si él no los convirtiese en momentos imperecederos y trascendentales por ser simples notas solitarias en nuestro transcurrir, en nuestros encuentros y desencuentros, en unas búsquedas que no tienen fin.


Las pinceladas no se ven, están por detrás de esa frontera que se abre en un callejón oscuro, en esa pared que con sus cicatrices nos confronta y nos hace compartir el dolor de una humanidad que transita dentro de ella. Y no se ven tampoco en un Madrid que es su propio habitante, que ya no quiere otras soledades más que las suyas propias.


La pintura de Antonio López no nos engaña, nos obliga a ver tal como somos, la vejez y el paso del tiempo de lo que nos rodea, nuestro propio ocaso, y lo hace con la convicción de que no puede haber piedad ni conmiseración sino fuerza y penetración para construir una poesía lenta, precisa y desdichada.


Me voy con la tristeza de ver un malecón sin aullidos y sombras, sin los fantasmas de la noche que lo pueblan para saciar apetitos ansiosos de carnes oscuras. También debería haber un Antonio López para él. Mi amigo Humberto me ha dejado para ir a hallar la luz de su pincel en bosques oscuros. Sin ron dudo que la encuentre.

2 de abril de 2008

VENUS


Mi amigo Humberto y yo nos embarcamos ayer en una patera que surcó las aguas del malecón a la búsqueda de una Venus con la que disecar un lienzo.


Pero no nos pusimos de acuerdo si sería un icono idealizado, es decir, una Venus urania, símbolo del amor casto y matrimonial, o una Venus pandemia, la divisa de los voraces amores promiscuos.


El Renacimiento, le añado yo, señala otra distinción entre la Venus sagrada (que se representa desnuda) y la Venus profana o terrenal.


La intensidad de la discusión casi nos convierte en unos miserables Robinsones Crusoe del Caribe, perdidos como llegamos a estar entre sargazos ferruginosos, una noche deslunada y unas olas que nos pedían compartir su sufrimiento.


Al fin, varamos en el malecón, que por una vez no emitía más señales que las que hacían unas melifluas caderas desnudas cimbreándose al son de una ocarina maya.


La obra, "Custodia infinita", es fruto de este viaje por esas aguas insondables, de las que es difícil salir indemne dada la ebullición obscena de sus fondos lapidados. Y también de la influencia ovípara de una consorte valquiria que empolla las nocturnidades de mi amigo Humberto.


Cargamos con el fardo a cuestas y por el camino nos tumbó el ron, y con él por compañía aguardamos a saber qué Fidelio nos daría sombra ante tanta penumbra.

FIDELIO PONCE DE LEÓN


Me he levantado con el blanco penumbra de Fidelio Ponce de León, el magnífico pintor cubano, rodeándome sigiloso a la espera de mi propia captura como rehén del meláncolico aullido del alba.


Fidelio, alcohólico, tuberculoso, bohemio y ser doliente y dolorido por antonomasia, nos dejó pintada una hoja de ruta del sufrimiento humano, del que era imposible absorber más en ese color blanco que abrasaba.


Vivió pobre y murió más pobre, pero erigió un poema en el que el lenguaje de la congoja es más penetrante y mortífero cuando él lo ha expresado, por eso es uno de los pocos pintores del mundo que consiguió que su pintura se transmutase en carne desolada, atormentada.


Vio el fondo de lo humano hasta la raíz, y como pudo revelarlo en todo su desgarro, tuvo que humedecerlo en un aguardiente que lo mantuvo desfallecido de angustias y desesperaciones.


Mi amigo Humberto yo, frente a las aguas tristes que acunan el malecón, entonamos por él una plegaria muda, pues el hablar ofendería el poder del silencio.