La belga DELHOVREN tiene un sentido tan plástico y físico de la carnalidad conminada que desborda lo ficticio de lo iconográfico y se pasa al ámbito de la realidad espantada que está a la vuelta de la esquina.
No hay ninguna piedad, es una pintura expresiva de los nervios (nervenkunst) y el estado de excitación que anima a la artista, que ni siquiera muestra impurezas, únicamente ademanes cargados de mensajes aciagos.
En el momento en que las vemos y contemplamos ya son nuestras pesadillas, que se quedan quietas en la memoria y en nuestra visión porque nos han atrapado, nos han desvelado que también somos y seguiremos siendo copartícipes.