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19 de noviembre de 2008

PÁVEL FILONOV / FORTALEZAS


Pável Filonov, artista gráfico ruso que fundó una escuela de pintura analítica en Leningrado, ha aprendido que en las distintas fortalezas o baluartes en que los hombres están encerrados, cada uno de ellos es el esclavo de una duda que se repite por patios, recintos, escaleras, muros y hasta techos.


En esta obra el silogismo surge de la tensión, de la fuerza, del movimiento y de la luz, que son los cómplices de ese pensamiento que se desvela. Cada nivel estructura un suceso plástico que se encadena al conjunto pero que guarda celosamente su autonomía de significados, de modo que el espectador pueda ordenar, con metódicas visiones, este aparente caos.


Al contemplarlo detenidamente también comprobamos que la duda es un grito de liberación y de emancipación que el pintor despliega para que sus múltiples autorretratos resquebrajen, aunque inútilmente, ese torreón y de esa forma poder escapar. Una premeditada alegoría de su tiempo y contexto histórico.


Un frío aliento de espíritus barre el malecón y nuestros soplos invisibles anidan en una escollera que constantemente recibe los nombres de las almas de los hombre que perecieron en aguas que maldicen lo que un día han bendecido.

18 de noviembre de 2008

HANS HARTUNG / ATISBO


Este estudio de Hans Hartung, pintor alemán que formó parte de la escuela de París, permite encontrarnos con un animal virtual que se debate en una agitación corporal nacida de su propia fuerza.


El pintor halló en el espectro los símbolos del movimiento que da lugar a que lo finito, cuando toma conciencia de la antinomia, se desenvuelve con la arrogancia de lo que se impone visualmente.


De todo ello se llega a una realidad intrínseca en la que la plasticidad adquiere el ser de sí mismo para sí mismo, igual que la alquimia cuando intenta dar forma al viento.


Y si la mirada, cuando se pose en él, siente el deseo de viajar por ese imaginario, hará que un súbito atisbo penetre en su memoria para siempre.


Una neurosis de angustia ha atacado a los habitantes del malecón bajo el crepúsculo. Unos están irritados, otros en estado de espera, aquellos con fobias o miedos, y los de más allá atrapados por vértigos, sudores, temblores, disneas y taquicardias. Un dios malsano, dicen, los ha condenado por no aclamarle con el fervor de los canonizados. Mi amigo Humberto y yo huimos de una epidemia que nos agarraría sin el ídolo protector adecuado, el que se pinta para no ir a la utopía del cielo.

17 de noviembre de 2008

LA ESCUELA DE ATENAS


Este fresco de Rafael deslumbra por su modernidad, porque compendia un sentido constructivo, arquitectónico, con una sensualidad cromática vigorosa y sutil a la vez, con una capacidad escenográfica insuperable para reunir toda la sabiduría de Occidente en un mismo espacio. Hoy sería una auténtica foto de familia, quizás sin esa magia para revivir el pasado en el presente.


Cincuenta y dos figuras rodean a Platón y Aristóteles. A la izquierda se observa a Pitágoras escribiendo y a Aristóxano de Tarento mostrando la tabla de su nuevo sistema de armonía. Al lado suyo Averroes, Heráclito y más apartado Demócrito de Abdera con la cabeza coronada de pámpanos.


Detrás de Pitágoras están los socráticos, Alcibiades, Esquino, Jenofonte y Aristipo escuchando a Sócrates. Y más allá los sofistas, Diágoras, Gorgias y Cristias.


Al lado de Platón están Espensipo, Menedemo, Jenócrates de Calcedonia, Fedro y Agatón. Y a la vera de Aristóteles, Teofastro, Eudemio, Dicearco, Aristógeno y más lejanos Zenón, Cleanto y Crisipo en representación de los estoicos. Tendido en las gradas se encuentra Diógenes, al que señala Epicuro ante Aristipo. Junto a Minerva y apoyados se hallan Pirro el escéptico, Argesilao con sus dudas e Hipias.


Debajo se encuentran Euclides, Tolomeo y Zoroastro sosteniendo una esfera. Y en un extremo el propio Rafael y el Sodoma.


Equilibrio, visión, ideario, virtuosismo, perspectiva, acervo, historia, filosofía, todo un resumen del pensamiento y la estética de su tiempo y del pasado, con una ventana puesta en el futuro.


Mi amigo Humberto anda en pos de la posteridad pero no da con élla, se le escapa entre la pasta y el pincel, o se le evapora en el barniz. Yo le digo que no la encontrará si no está lo suficientemente desesperado. Para eso todavía queda mucha penumbra, me contesta.


11 de noviembre de 2008

ALBERTO BURRI / HERIDAS


Cuando me encuentro casualmente con esta obra del artista italiano Alberto Burri, reflexiono, por una parte, en como nuevos elementos materiales abren otros ámbitos a la pintura, y por otra, en como esos mismos componentes constituyen realidades autónomas pero siempre ligadas a una conciencia estética basada en el conocimiento y el vivir del tiempo presente.


Burri ahonda en las heridas, en las rupturas, en los tejidos pobres que se remiendan, en metáforas que se esconden para poder sobrevivir. Araña la materia, ya sea plástico, arpillera, hierro, para que la expresión de una existencia que no acaba de ajustarse, que siempre está en quiebra y en trance de volver a construir sobre las ruinas, forme parte de nuestro mundo.


Y también aparecen los deterioros que causa el tiempo transcurrido, el que señala las circunstancias de cada ultraje o los accidentes que acarrean llagas que no tienen caducidad.


Vuelve el agobio a la isla. Todavía no ha dejado de zurcir para tener que recoser de nuevo. No deja de ser una maldición que acierta siempre en sacrificar a las misma víctimas; son tan fáciles de descubrir, tan asequibles, que no puede evitarlo, siempre están disponibles para su disfrute. Y sin embargo el malecón, deprimido por tanto despojo que se arrastra hasta él, grita para anunciar que hay un pueblo que no renuncia a vivir.




6 de noviembre de 2008

EDWARD HOPPER / LA CASA DEL DESIERTO


Es como si esta casa, de arquitectura colonial fuera de época, hubiese quedado olvidada en un paraje desierto donde no se ve a ningún ser humano, mejor dicho, ella es el ser humano que, aunque derrotado, deteriorado y marchito, no se deja vencer. Las vías del tren que se dejan asomar tímidamente son la prueba de que allí no se detiene ninguno, de que nadie rompe esa soledad impuesta por el infortunio.


Edward Hopper, gran artista americano, inclasificable, con ese sensibilidad para precisar la luz y sus sombras, el crepúsculo, la noche y su claridad, es un creador sosegado que vuelca en la pintura la autobiografía de una soledad y de un silencio donde no debía de haberlos.


Y por eso la casa queda ahí sola y callada, erguida a pesar de todo y resguardando su historia, envuelta en el halo de lo que transcurre ilimitadamente aunque su fin es seguir ahí, como un autorretrato que nunca ha de interpretarse pues ya lo dice todo. Hasta en su decrepitud es soberbia.


Días de abatimiento en que mi amigo Humberto y yo no encontramos en el malecón el mensaje seguro de salvación que nos corresponde. Hay tantos y todos son tan distintos que podemos equivocarnos. Nos cansamos de tanto bullicio y fragor y nos fuimos. Al fin y al cabo, la única salvación que conocemos es la penumbra.


5 de noviembre de 2008

ANTONIO SUÁREZ


Muchos años atrás, cuando vimos por primera vez la pintura del artista asturiano Antonio Suárez, miembro fundador del "EL Paso", nos quedamos un tanto atónitos por la densidad atmosférica que inundaba las superficies de sus cuadros, las texturas espléndidas que festejaban delicadamente y con dimensión callada el azar que les ha permitido salir, emerger, mostrarse, como huellas de una realidad viviente.


Antonio es un pintor que quiere que las cualidades y virtuosismos de la materia, del pigmento, del óleo, sean previas a la visión, que incluso sean ellos los protagonistas de fecundar la simiente, de engendrar la obra con esa sabia devoción en que la trama aparece como un coral en perpetuo renacimiento hasta llegar a una ortogénesis múltiple.


Si hay tantos gallos sueltos por el malecón es que andan muy cerca los abakúas. Uno de los sacerdotes, después de arrancarle al pollo unas cuantas plumas del cuello y de debajo de las alas, las coloca en forma de círculo sobre el parche del tambor. Y me invita a poner mi lengua en el centro del circulo. Aterrado, lo hago. Ya nunca podrás decir mentiras, me dice. ¡Y entonces cómo voy a poder sobrevivir sin engañarme! Mi amigo Humberto y yo tomamos camino de la penumbra con la esperanza de que bajo ésta y con unos buenos tragos de ron no fuese exigible esa condena.

3 de noviembre de 2008

JUAN GRIS


Postrado en mi sillón, bajo de ánimo por desafecciones tan ciertas como imaginadas pues nunca sabes lo que hay de verdad en esos monólogos infernales que te asaltan, leo la biografía de D.H. Kahnweiler, el gran marchante de París, escrita por Pierre Assouline.


En sus páginas se evocan los últimos momentos de la vida del artista español Juan Gris, al que estaba muy unido y al que consideraba el hombre más puro, y el amigo más fiel y tierno que ha conocido. Sin duda, el más noble de lo artistas.


Y es que Gris, el que nunca llegó a ser reconocido en su época, insoportable para Picasso (aunque después no se despegó de su lecho de muerte), le dio al cubismo el aura de luminosidad que le faltaba, la que hacía que su pintura tuviese una realidad leve, etérea, un hálito fresco, al mismo tiempo que revelaba tanto su lado intangible como su fisonomía corpórea, paradoja que pone en evidencia el secreto de un sentido del orden que establece jerarquías visuales en la superficie, prodigio de su propia simbiosis.


Nunca dejó de ser el pintor del que se habla para convertirse en el pintor cuya pintura se compra.


Mi amigo Humberto me dice en uno de sus mensajes que la isla se está desplazando muy lentamente porque por debajo de ella son muchos los que la empujan hacia tierras más fértiles y paradisiacas. Y puede ser cierto, tan cierto como que el agobio es un verdugo de destinos que apenas creen que lo son.

UMBRALES INCIERTOS