Llegamos a un límite, no podemos traspasarlo y nos desesperamos. Buscamos puertas y salidas pero no las hay, se ha acabado la superficie, el espacio, no encontramos ningún soporte.
Sin embargo, el artista canario José Luis Fajardo ha hallado "maneras", "modos" de descubrir la rendija por la cual llegar a mostrar entre ámbitos oscuros, destellos fantasmales, territorios inhabitables, la semblanza que se confina en un área que domina con su aparición.
Él quiere que la pintura no pierda ni su capacidad ni su alma para captar el misterio, ni su sabia naturaleza para ofrecérnoslo con tan sagaz mirada, que es la que se detiene en la nuestra y nos paraliza con su fulgor calmado.
Después del caos y su frontera de intercambios, de opacas e impenetrables revelaciones, viene una luz transparente que resucita aquello que no puede evocarse, para que así, en ese trasluz, cobre dimensiones vívidas en unos ojos que han decidido no cerrarse para seguir enfocándonos eternamente.
Tiempo de sequía hasta en el malecón, con lo que la angustia de sus habitantes se proclama danzando. Mi amigo Humberto y yo, marchitos por la ceniza que se respira, lo recorremos arriba y abajo a medianoche, en que la carencia de luna hace que el grito de las olas sea más lóbrego.