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19 de junio de 2008

YEMAYÁ


Ayer, cuando mi amigo Humberto y yo limpiábamos y organizábamos el taller, percibimos la presencia etérea de un cuerpo que nos inmovilizaba con su sombra. Al ver la piedra de mar que portaba, nos dimos cuenta de que era Yemayá, que nos declaró hijos del santo y nos conminó a revelar su efigie en una tela que serviría para el llamamiento espiritual de lucumíes-yoruba, congos, carabalíes, mandingas, arará, gangá y mina en el malecón.


Sobre nosotros recaería una sentencia de oprobio si no cumplíamos lo decretado y sobre nosotros recaería una maldición eterna si del icono erigido no surtía la solicitud de estos habitantes para la cremación en hoguera de los "mongos" John, Canot, Blanco Fernández de la Trava (el de Gallinas) y Cha Cha (el brasileño Francisco Félix de Souza).


Al acabar el retrato, del que emanaban sonoridades yorubas y abakúas, la orisha nos quemó los labios con carbones ardiendo y nos hizo beber aguardiente de caña para aplacar nuestra sed.


Amanecimos hambrientos pero ya no pudimos comer, únicamente el ron se paseaba por nuestra garganta en busca de un abismo sin seres que sumergir.

18 de junio de 2008

FRONTERAS


Javier G. Vidal, joven artista navarro, autor de esta obra, es otro enviadable modelo de creador total, del que siente que el arte se manifiesta en distintos ámbitos, en diferentes entornos, en múltiples espacios, con incontables medios y recursos.


Por eso es fotógrafo, escultor y pintor, por ello ejemplifica una pasión que sólo tiene la frontera de un nuevo descubrimiento, de un innovador hallazgo que le permita continuar la ruta hasta el siguiente trecho en el que reposar lo construido, volver a analizarlo y descomponerlo, porque siempre hay algo que ha quedado latente pidiendo ser sacrificado. Nosotros estamos para verlo, él para exorcizarlo.


En esta pintura, el incendio evoca un todo emocional de rachas huracanadas que desvelan las turbulencias que es capaz de desencadenar la incandescencia del color depurándose a sí mismo. En esa fuerza radica un impulso incontenible que surge como un tornado de un mar en agonía. Ha conseguido que la oquedad que padecemos se llene y suspire.


Las ánimas vuelven al malecón habanero vestidas con túnicas rojas y rezando por los que como mi amigo Humberto y yo avanzamos perdidos en el bosque sombrío de un amanecer estéril. La música ya no suena y el color se mudó de esquina. Ahí quedó el lienzo reflejando nuestro vacío.

17 de junio de 2008

PÁJARO EN EL ESPACIO


Cuando en 1.926 Brancusi viajó a Estados Unidos con su escultura "Pájaro en el espacio", la aduana americana declaró que tal objeto no era una obra de arte y por lo tanto habría de pagar la tasa correspondiente a la catalogada como material bruto.


El artista recurrió esta decisión y finalmente, en 1.928, la Corte Suprema sentenció a su favor considerando que aunque no era una obra de arte realista pertenecía a una nueva tendencia.


Esta incomprensión y ceguera nos lleva a esos años en que el arte comienza a desnudarse, a transmutarse, a construir formas que tienen un lenguaje propio que nos traslada un mensaje que hemos de saber descifrar en sus propios términos, no en los nuestros, pues aunque emana del mismo hombre, es una criatura que éste ha sabido encontrar, agrandar, evolucionar, darle vida y convertirlo en un ser que expresa nuestras más íntimas desolaciones, soledades, angustias y regocijos. Después lo describimos con sustantivos, adjetivos y hasta adverbios. No hacía falta, la brújula indicaba la dirección segura.


Mi amigo Humberto y yo oteábamos la carne opaca que deambulaba en el entorno del taller en esta noche de vírgenes marchitas. Las texturas tomaban en el lienzo el color de una pasión ardiente, que no sólo era de ron sino también de cuerpos oscuros que se consumían en un éxtasis de fuego que nos abrasaba de hielo y nos condenaba a seguir ciegos.

12 de junio de 2008

EL SUEÑO DE UNA CALAVERA


Luis Fernández, pintor nacido en Asturias a la que abandonó muy pronto, conjura con esta obra una dimensión que le permita acceder a la sensación de tentar la verdad de nuestra mortalidad.


En sus calaveras se perfilan ángulos, contornos, prismas, que modelan un pictograma en claroscuros hasta no inferir si es el desnudo de una cabeza o lo que paulatinamente se ha formado ensamblándose internamente y emergiendo de un fondo oscuro, el de una capilla de ánimas desaparecidas.


En todo caso, construye la belleza fría de estos cráneos con esa luz de crepúsculo y esa marea de color estática,como la reflexión de una contradicción entre lo que se deja y lo que nos llevamos. Y él sostiene que la armonía, la gracia y la perfección no deben ausentarse ni cuando ya somos una simple osamenta.


Obra que apacigua temores pero no dudas, que es símbolo de fugacidad pero perenne en su estética para que haya una continua meditación. El pintor convino en llevarla a cabo pintando la magia de esa caja ósea en repetidas ocasiones porque en cada una de ellas subyacían, en paz y sosiego, sus propias preguntas y respuestas. Y quizás también las nuestras.


Hoy el malecón solloza de tanta maldad. Olokun desencadenó un mar áspero que pisotea las entrañas de los moradores que suplican una caricia de sal. Los orishas Elegguá, Oggún, Ochosi, Osun, no están para defendernos. Mi amigo Humberto y yo, despavoridos, fuimos a echarnos los caracoles. Los suyos se mantuvieron mudos, los míos pintaron una cruz blanca y una línea oscura, señal de que mi tiempo se va acabando.

11 de junio de 2008

POST MORTEM


El artista asturiano Juan Carlos Carrasco, en su exposición "POST MORTEM" recientemente inaugurada en Gijón, ha iniciado su aventura partiendo en cierto sentido de una cercana referencia a las singladuras formales y conceptuales en que se embarcó la "Nueva Objetividad" alemana, el realismo mágico o incluso De Chirico (por algo había que empezar), para construir su propio proyecto, que al mismo tiempo lo circunscribe a la contemporaneidad más visible y emblemática a través de formatos ópticos cuya vocación estilística es situar la imagen como signo de una cultura señalada por el impacto reverencial a la virtualidad de la imagen.

Con ello, introduce el mensaje visual de una concepción plástica que tiene al hombre como su principal objeto, como su más obsesiva alegoría, investida de espacios de luz que revisten una envoltura cosmológica.

Por eso, hay cierto sarcasmo, cierta ironía, pero también compasión, distanciamiento, juego, escepticismo, en el dibujo de esos seres antropomórficos, asexuados, que no son conscientes de su condición mortal, ni de una naturaleza que les deja indefensos ante su fin.

Los planos cromáticos luminosos son el contorno de una fábula desmitificadora que nos conduce a aquellos que son nuestros miedos más íntimos, más inconfesables, y no deja de haber por ello un propósito festivo, jocoso, que induce a la mirada a un esfuerzo de introspección para hallar el testigo de la fe en un destino en el que no se quiere pensar.

Obra que hace de la paradoja una visión que deslumbra por sus amplios planos, por sus abiertas perspectivas, por sus apiñadas criaturas deambulado incansables en un círculo post mortem.

Mi amigo Humberto y yo, ensimismados en esta reflexiones, nos encontramos a la entrada del cementerio. La mísmisima muerte, Ikú, nos abre la puerta y nos lleva hasta Eggún, el espíritu de los muertos, y Yewá, la lechuza que vigila, que nos presentan a Oyá, la dueña de las tumbas. Sacamos el ron y nos pusimos todos a brindar porque nuestro itutú, llegado el momento, serenase nuestra alma y nos diese descanso eterno. Seguro que Juan Carlos así lo hubiese querido y deseado.

10 de junio de 2008

ENIGMA


Gauguin, en este autorretrato, comparece como un jeroglífico que quiere y no quiere ser descifrado. La vanidad incrustada en la verdad o un deseo ya perdido que ofrendar.


Creo que casi todos los artistas se reservan un trozo de enigma que guardan en la caja fuerte de su cerebro y que no permiten desentrañar por el riesgo de ofrecer al espectador la clave más oculta de su capacidad y talento para descodificar lo que no se ve y transmutarlo en un hacer plástico destinado a incorporarse a nuestro imaginario.


Por eso él no transmite más que un prontuario o una sinopsis, el resto lo ha de completar el que ve, observa, descubre, intuye, que de esta forma se hace partícipe de la obra si la ha valorado como conocimiento propio, como atlas de su propia geografía visual.


Este magistral autorretrato confronta su mirada con la nuestra, casi como de reojo, y nos reta a descubrirle más allá de la mera apariencia que se desdobla en cada línea, en cada contorno, en cada forma y filigrana. El secreto está fundido con cada pincelada.


Mi amigo Humberto y yo, bajo un crepúsculo de óleo en el malecón, percibimos la presencia de Yemayá. Estaba licuada en la atmósfera. No era Yemayá Asesú, la de las aguas tranquilas, ni la agresiva Yemayá Okuti, tampoco Yemayá Konlá, la que hace espuma a las orillas del mar. Eran todas un solo mar, el nuestro, el Caribe de fondos ignotos y ondinas mestizas.


Acabamos el ron y regresamos al túnel que nos sirve de madriguera hasta que llegue el wemilere, la fiesta de los santos, que en su júbilo nos proporcionará luz con la que trasladar la eternidad al lienzo, ciego de tanta oscuridad.

5 de junio de 2008

GISELAS DE LUNA


Ritmos de guaguancó, conga y rumba atronan el malecón en la noche. Festivos, sandungueros, jocosos y jodedores, los olochas danzán el nengón, el kiribá, el changuí y el sucu sucu.


Los tambores yuka, los tambores de palo, los tambores de Kinfuiti, los tambores biankomeco, los tambores arará, los tambores de Olokun, la tumba francesa, los tambores de radá, los tambores nagó, los tambores de bembé, los tambores batá, los tambores iyesá, los tambores dundún, los tambores gangá, anuncian la presencia de los orichas.


El trance se presiente ya, hasta que por fin el caballo de santo se acerca a mi amigo Humberto y a mí para escuchar nuestras quejas.


Después nos lleva al Igbodó y allí nos deja con las Iyalochas, jóvenes, valquiria una y morenas las demás, bautizadas por la luna, que amamantan nuestros pesares, nos dibujan sensuales fantasías y nos encomiendan a Oyá, la dueña del cementerio, que ya nos ha colocado el número ocho.


Amanecimos fríos. Comimos harina caliente y tocamos el quinto mientras esperamos, entre trago y trago, la hora del carnaval orgiástico de la muerte.

UMBRALES INCIERTOS