- Dijeron hombres sabios que la elección del material informa el estilo. Y también que la obra de arte pone de manifiesto en su totalidad la personalidad y espiritualidad originales del artista. En todo caso, el diálogo con la materia es indispensable en toda producción de arte.
- Del leridano BEGUÉ ya tuve ocasión de comentar lo que me acercaba a su trabajo, pero guardando las distancias, porque como he leído en una ocasión, el objeto artístico es intraducible al lenguaje de la razón, porque lo mismo que el sueño, habla y no habla, oculta y no oculta, trata y no trata de comunicarse. Y tampoco trato de verificar a través de sus resultados ese método genético que confirma el sentido de una obra mediante la biografía del artista.
- Lo que si es cierto es que los núcleos pétreos de sus piezas enlazan con sus antenas en filigrana, tanto unas preocupaciones e investigaciones formales y poéticas como un estilo de pensamiento de la obra en sí misma, que se encarna, se despoja, se comunica, se engendra y se destruye incluso en su propio movimiento para otorgarse una nueva morfología. Bien es cierto que la interpretación es personal, y así debe serlo, rica en perspectivas, variable y abierta. Pero al ver culminado el requerimiento de la ejecución toda ella revive en mí así como en la experiencia del espectador.
- Y bajo estas premisas, lo que nos ofrece este autor es un imaginario volcado en la fusión entre hombre y tierra, en el origen de uno y otro, entre lo aéreo y lo sólido, entre la vida coaligada con la muerte. Pero el futuro demanda que estas pequeñas composiciones tengan un formato más grande, más crecido, más voluminoso, como la siguiente fase de su intercambio de miradas entre seres que empiezan a reconocerse.
El río va lleno de hojas.
Las hojas van llenas de muerte.
La muerte va llena de peces.
¡Oh!, muerte moviéndose, poblada de peces,
moviéndose.
(Antonio Quintana)
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