Desde la infancia nos acompañan las tinieblas, que son constantes y ciegas. Cuando el japonés MURAKAMI las ha empezado a visualizar, pensó que su "pantallización" las haría terriblemente visibles dentro de un amanecido universo virtual.
Por eso, dentro de la infinita gama de mundos posibles de los que el lenguaje plástico es capaz, el suyo es intencionado y calculador, pues es una luz que exhibe los bichos, parajes y conciertos nebulosos que fisonomizan oscuridades exigiendo ser contadas.
Su sistema simbólico de representación es lúdico y entrañable, aparentemente ingenuo y candoroso, pero contiene amenazas e incertidumbres, presentimientos y fatales destinos.
Quizá es la paradoja de lo ópticamente festivo del significante y lo turbio del significado lo que nos desconcierta, lo que no nos concede tregua en una mirada que se posa en esas grandes pantallas luminiscentes y atractivas como si fuesen paneles publicitarios o cinematográficos de dibujos animados.
- Con ello ha descargado códigos con la sutilidad aconsejable a un despliegue imaginativo de tal calibre y artificiosidad, lo que merece nuestro agradecimiento.
- Hacía varios días que mi amigo Humberto y yo no bajábamos al Malecón. Hoy, cuando lo hemos hecho, las olas nos gritaron que si no teníamos hambre nos marchásemos de allí. Y así lo hicimos, sin ni siquiera mirar para atrás.
Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
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26 de abril de 2010
TAKASHI MURAKAMI (1963) / LA LUZ DE LAS TINIEBLAS
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