El chileno Claudio Bravo es uno de ellos. Es el artista que realiza y acaba lo que la realidad no puede o no llega a producir, el que poseído de una fuerza creadora imparable y un virtuosismo invisible pero subsumido, expresa un universo estilístico que inunda y transforma nuestra mirada casi en un vuelo metafísico sobre la inmanencia plástica, sobre la verdad ilusoria de lo tangible y la naturaleza real de lo intangible.
Las obras de este artista nos trasladan a ámbitos donde sentimientos concomitantes (como placer y dolor) conciben espacios en los que tiene lugar la percepción pictórica en toda su dimensión. Y quizás no sea suficiente pero es bastante, más que bastante.
Humberto me dice que este Malecón fosilizado no transmite ninguna vivencia estética, ya sólo le mantiene un discurso huero que no se sostiene. Yo le contesto que ya Aristóteles, en su Retórica, afirmaba que la verdad únicamente halla expresión de un modo relativo. Tan relativo como que nuestro augusto dios es imaginativo, inteligente, retentivo, justo, fuerte, moderado, sabio, de voz hermosa, apariencia agradable y de buenos modales. Y gracias a estas virtudes objetivas no ha lugar para los disidentes. Y por si lo relativo fuese más que relativo, nos callamos cuando lo vimos acercarse.
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