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8 de junio de 2009

MEDARDO ROSSO

De esa fase larvaria van surgiendo rostros incubados unas veces, deformes otras, en una licuación de la materia que consigue toda su cualidad plástica en una fusión con la luz que hace líquido, esponjoso, el modelado.

La mirada quiere, necesita tocar esa dimensión que parece encuadrarse ante los ojos, especialmente cuando se trata de cabezas infantiles en trance de transformación.

Medardo Rosso, escultor italiano, ha intuido, presentido que la escultura es un proceso que debe continuar lo acabado desde el principio, que el inicio en cierta manera ya es un fin, que la condición de la materia es la condición de lo esculpido o tallado. Y por eso sus semblantes con facciones en desarrollo incitan a contemplarlos sin recelos, con el misterio de lo indefinido en el tránsito de hacerlo nosotros, espectadores, definido en su encarnación visual.

La larva consigue la vida de esa materia (cera, escayola) que la ha alimentado. Y el artista le ha proporcionado el espacio y la sangre que la consagra como una realidad que se hace presente en el tiempo.

Esta noche el Malecón ha ordenado a los rancheadores que salgan con los perros en busca de fugitivos. Fieras especializadas en morder, en hincar el diente en las orejas. Allí estaban Ramón Cordero, los Riverones y Francisco Estévez, los más famosos, a los que les pagaba cuatro pesos duros y el alimento por cada evadido capturado. Humberto y yo nos quedamos bebiendo y atisbando la cacería, sabíamos que hoy no era jornada de devotos, por lo que no teníamos temor de fingir lo que no éramos. A Acaró lo pintaríamos otro día.




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