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10 de junio de 2009

JORGE PÉREZ CASTAÑO

Jorge Pérez Castaño, el artista cubano, ya ha tomado el rumbo definitivo. Pero antes ha dejado en Europa una obra que aunque viajó entre el semen del fauvismo y la liturgia del abstraccionismo, no se olvidó de las remembranzas antillanas, ésas que nos proporcionan sabores, olores, imágenes y visiones inolvidables.

Los colores planos que construía y trazaba con minuciosidad eran como células u órganos unicelulares que, a modo de elementos de una geometría orgánica, se situaban en un espacio intrínseco como versos de un mundo hecho de signos luminosos, generadores de su propia autonomía morfológica, con una luz acariciadora que evita su encierro en un vacío irredento. Es como si el espacio fuese abstracto y él lo hiciese concreto.

Un pintor antillano que fuera de allí quería evocar la síntesis de lo vivido y lo recordado, de lo físico y lo telúrico. Así deseó que su pintura fuese, un camino que al igual que no tienes fronteras visibles, sí las tiene invisibles, y éstas son las que le han permitido tomarle las huellas.

Humberto y yo callamos y escuchamos. Rafael Esténger recita:

Huye en la hirsuta manigua
el cimarrón tumefacto:
le sangran los pies, que aplastan
las espuelas de los cardos
y lleva las carnes lívidas
por la cólera del látigo.

¡Huye en la tarde que huye!
Sin que le brinden amparo
yareyes de mano abierta
y ceibas de pelo cano.
El vuelo de las lechuzas
chilla terribles presagios.

Después brindamos por ellos y por su aciaga suerte.



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