Desde la sombra del pequeño taller de mi amigo Humberto en Miramar espiábamos con cien ojos negros la penumbra. Pero ya era inútil, la luz se había vuelto a despertar y engalanaba a las mestizas de ébano con el color de la vida hecha danza.
Bajamos hasta el malecón y allí, entre sorbo y sorbo de ron blanco, desnúdabamos los demonios a caballo que se esconden en toda liturgia plástica. Y pensábamos que ya sólo quedaban osamentas, las que se van depositando en un suelo vivo que quiere salir del agobio, pintar otros moradores, trazar infinitas casas y colorear renovados barcos, y gozar en libertad del amor salvado.
Pero agotado el día, el malecón volvió a apagarse y nosotros desandamos el camino cabizbajos y en silencio, ya ebrios de debatir como pintar la nada.
¿Qué te hace sufrir, solitario,
pálido, desolado vagabundo?
Junto al lago se marchita el junco,
y el pájaro no canta.
Keats.
Bajamos hasta el malecón y allí, entre sorbo y sorbo de ron blanco, desnúdabamos los demonios a caballo que se esconden en toda liturgia plástica. Y pensábamos que ya sólo quedaban osamentas, las que se van depositando en un suelo vivo que quiere salir del agobio, pintar otros moradores, trazar infinitas casas y colorear renovados barcos, y gozar en libertad del amor salvado.
Pero agotado el día, el malecón volvió a apagarse y nosotros desandamos el camino cabizbajos y en silencio, ya ebrios de debatir como pintar la nada.
¿Qué te hace sufrir, solitario,
pálido, desolado vagabundo?
Junto al lago se marchita el junco,
y el pájaro no canta.
Keats.
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