Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
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3 de septiembre de 2012
STEFANO DI STASIO (1948) / CUENTOS DE TON Y SON
Si la solidez del oficio lo permite, uno puede tomarse la licencia -como ha ocurrido en otras conocidas ocasiones- de mezclar distintos ingredientes y cocinarlos con todos los resabios de antes y de ahora.
Al ponerle después una etiqueta -anacronismo-, hemos conseguido un bautizo con todas las de la ley, ya no hay nadie, o muy pocos, que pueda discutir su lugar en el olimpo de la historia del arte y negarle un sonoro saludo de pies.
El italiano DI STASIO se imagina un nuevo mesías de la pintura, cuya obra, narcisista y trastocada, quiere traansmitirnos que en el campo artístico lo importante es la ilusión óptica que engaña si uno, como espectador, no hace o se hace preguntas.
Pone en evidencia, con cierto sentido de una plástica temeriaramente asumida y asimilada, la desnudez de unas supuestas exploraciones oníricas que tienen una vislumbración sublimada y grandilocuente, como si cada una de las imágenes fuese una profecía olvidada que él ha rescatado. El ardid no deja de tener una gracia oxidada que se ha quedado sin transplantar, lo que es una suerte para sus expectativas futuras incólumes.
Cuando Humberto, Felipe y yo estamos en El Malecón echamos de menos la presencia de alguien en cuanto transcurre cierto tiempo. Y efectivamente así ocurrió pues llegaron los Agazombos (Oscar Wilde), que tienen cara de perro, y nos dedicaron una copla de Alberto camus:
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