- La obra del cubano MÁRQUEZ, de nuevo en Vivencias Plásticas, ha tomado otros derroteros, quizá porque, como decía Bonito Oliva, la idea de que el arte transforma y modifica, en el sentido de que da forma e intención a la energía del mundo, se corresponde, en la historia de la cultura, con el proceso alquímico.
- Cierto que él no deja de insistir en que la superficie siga relatando sus bases abstractas, aunque no ciegas, incluso que se forzase y densificase más, superponiéndole más capas, papeles, desgarros, pigmentos, hasta la ilusión de unos animales rondando por encima de ella.
- Pero también es evidente y coherente que sean los cimientos de unas estructuras constructivas derrotadas, abortadas, abandonadas, como unas biografías sin parada y fonda. No hay pulcritud cromática que valga, ha de manifestarse un reverso tan viejo y cansado que llegada su última hora ilumine, lance destellos postreros de una existencia que resiste y aguanta hasta sumergirse como la plataforma cósmica que nunca llegó a ser.
- Por tanto, muestra una creatividad que parte de un conglomerado fructífero de lo material, lo hace vivir y transmitir con tal desasosiego e inquietud que parece una estación final desde una dimensión que no nos es desconocida pero sí ignorada por ser territorios de naufragios sin tesoros.
Al blanco bosque del poema llega
tras buscarse entre negras sombras, cada
vez que el oscuro perro de la nada
le ladra su vacío, o si se entrega
a sus más turbias obsesiones.
(Lorenzo Oliván)