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10 de julio de 2009

HUMBERTO VIÑAS (1963)


El último lienzo de mi amigo cubano Humberto Viñas es un nudo de itinerarios y sentimientos. Posiblemente se trate del producto de un sueño que tiene zonas de pesadilla y áreas donde dar rienda suelta a lo que necesita ver y evocar.


La isla le hace sentir la melancolía de las ausencias, la magnitud de los cuerpos que se han ido y le han abandonado en la penumbra de esas noches que parecen acabar siempre sin alba.


Y hay también un reflejo de las carencias físicas, de las hambres de torsos en los que el volumen es carne prieta, desnuda, gozosa, de delicado paladar. Es una naturaleza para el contacto y el placer en nocturnidades que no puedan desmentir las realidades del posterior despertar.


Concibe, pues, una pintura que asoma desde esa isla cada día más delgada y depauperada, pero que no llora, sino que a través de este artista pinta oasis para revivir en él nostalgias de caricias y encuentros que nunca tendrá la seguridad de si han sido ciertos.


Un proverbio yoruba dice:

"El hombre que cava la fosa sólo entierra el cadáver. El hombre que llora sólo hace ruido".

9 de julio de 2009

PIERRE SOULAGES

Pierre Soulages (1919), artista francés llamado el "pintor del negro", exponente del tachismo, no tiene temor ante lo insondable. Recubre sus jaulas vacías, blancas de tanta nada, con unas rejas negras que tapizan esa carencia absoluta con el fin de encubrir nuestra impostura.

Barrotes de nula significación porque la trama está ausente y dudamos hasta de que haya existido. Verjas de anticolor que devoran memorias y olvidos y que ni siquiera nos conceden una melancolía mesurada con que el pintor detenga el gesto que al manchar le da sombra y cobijo.

Su obra es el signo del sudario que nos aguarda para envolvernos, no sabemos si con templanza y sin ceremonia, pero nos espera con la calma que enmarca un horizonte negro que no posterga el perdón después de la condena.

Humberto y yo, desde nuestra esquina del Malecón, avistamos esa lejanía negra tan cerca que respiramos con ella. Y ya dentro, en su interior, observamos restos de balsas, trozos de cuerpos, pedazos de ropa, signos de esperanzas muertas. Cerramos los ojos para no seguir viendo.



8 de julio de 2009

EL TRIUNFO DE LA MUERTE

¿Por qué relaciono el cuadro "El triunfo de la muerte" de Pieter Brueghel "el Viejo" con las pinturas del chileno Roberto Matta? ¿Qué extraña asociación se ha producido en mí? ¿Quizás existen unas desconocidas y enigmáticas coordenadas que creo que les vinculan?

Matta pertenece en parte a aquella corriente artística que postulaba la creencia de que lo que había detrás, oculto y sin mancillar, era más importante que lo que había delante, conocido y deshonrado.

Y dentro de ese contexto y conforme a esos términos tan confusos, es un artista que el único límite que ha puesto a su trabajo es un infinito que no ha podido abarcar, porque hasta llegar a él son miles los fantasmas, espectros, formas vivientes, horrores e infiernos que son posibles y objetivables.

Con él la imaginación de lo inimaginable se transforma en prodigio, el cual se hace vivencia que se concreta en la mirada que se posa sobre sus obras, las cuales son úteros que no paran de dar a luz debido una inseminación que tiene una doble cara, por un lado las batallas que siempre están perdidas, por el otro los espacios cavernosos que nunca están abiertos.

No obstante, la muerte, nuestra fiel seguidora, es la constante que envuelve el final como el acto de aniquilamiento en que se consuma una intensa vida y un inconmensurable legado.

Desde hace días hay varios habitantes del Malecón que están agonizando. Y entonces se me ocurrió, en el momento en que el viento amainaba en nuestra esquina, decirle a Humberto: ya lo afirma el proverbio, "cuando uno tiene sangre negra no escupe saliva blanca".




7 de julio de 2009

KENNETH ARMITAGE

Si Chadwick no quería llegar al final, Kenneth Armitage, también escultor y también británico, no quería ir más allá del principio. Y así ambas obras tienen puntos de contacto afines porque los encuentros en el mismo espacio y tiempo facilitan intercambios, percepciones y sentimientos.

Este artista se sitúa en la capa de la tierra madre que lo engendró y desde ahí se muestra sin romper la membrana que lo protege o levanta una mano y un brazo gigantescos para exhibir esa verdad nacida de lo telúrico, única que da a luz sobre una creación que es su misma fuente.

Armitage funde dimensión, espacio y materia, hasta ver aparecer presencias tal significados que hablan a los que se detienen ante ellas, pues esa es su función y su finalidad ante los espectadores al haberse transformado en los ecos de búsquedas que siempre reclaman satisfacer obsesiones que carecen de exteriorización plástica hasta que él las manifiesta.

Humberto y yo, esta madrugada, establecemos simetrías en nuestra esquina del Malecón en orden a obtener magnitudes que nos devuelvan cierta seguridad en los ensamblajes de despojos que arriban a los arrecifes. La libertad no es una de ellas pero la desenfundamos para que nos sirva como pala en la recogida, no para otra cosa. Son esfuerzos arduos, sin recompensa ni acomodo y duelen lo necesario, pero lo innecesario ya no nos consuela, es una alegoría cargada de preguntas sin respuestas.




6 de julio de 2009

LYYN CHADWICK

Lyyn Chadwick (1914-2003), gran escultor británico, hace su trabajo con la pasión de un constructor harto de demoliciones, con la obsesión del que estuvo en una guerra y sabe muy bien lo que es la destrucción.

Forja su escultura partiendo de la idea de que el final ya no es importante porque está destruido y muerto, lo que es esencial es crear a partir de ese término, por eso sus esculturas se configuran con la arquitectura propia de lo que se está gestando y nunca está terminado.

Es como un presentimiento del artista el de que hay que hacer retroceder la consumación para que jamás llegue, plantar sus testimonios en estructuras férreas, compactas, pesadas, con objeto de que tales iconos estén permanentemente al borde de un desenlace que no ocurrirá.

De ahí que su obra se enmarque en un contexto lineal, cincelado con miras a cobrar historia en el tiempo y a ocupar espacios que conciten el centro de todas las miradas posibles, que manifiesten a través de su contemplación las señas de identidad de una naturaleza que pueda evocarse así siempre.

Han dejado de sonar los tambores y hay un silencio espeso. Seguimos a la escucha pero no oímos nada. Hoy el Malecón se mantiene callado. Humberto y yo salimos sigilosamente de nuestra esquina. Teníamos malos presagios y un cuadro que acabar, y el ron ya era incapaz de amamantarnos con la sangre que nos faltaba.




3 de julio de 2009

SAM FRANCIS

El californiano Sam Francis (1923-1984) depositó toda su fe, igual que los fovistas, en el color como el origen de una nueva pintura, en la que reinvidicaba su preponderancia en el espacio y su pasión en los motivos y en los efectos.

Creo con él campos, bóvedas, manantiales, para que pudiéramos contemplarlo como una segunda retina y recrearnos en su seno hasta configurar una exacta dimensión con la que empezar a mirar y vivir desde entonces.

Sus atmósferas nos hacen viajar con la calidez y el abrigo que desprenden e irradian estos océanos de luz, permitiendo a su vez a la visión errar por confines plásticos hasta ahora ignorados y que no podrían o deberían ser olvidados.

Su obra nos depara aliento y éxtasis de claridad y también surcos de sueños que rastrean los contornos que difuminan los tintes y las saturaciones e intensidades tan mágicamente percibidas como deseadas, intencionalidad buscada por el artista para que se conserven en nuestra memoria.

Ante nuestra esquina del Malecón el mar es una marisma que se encalla en la huella de una conmemoración que Humberto y yo estamos esperando que tenga lugar. Sin aleluyas ni alharacas, sin doctrinas ni mandamientos, solamente la percepción de ese momento único, insoslayable, en que el color modela el arrebato de sentirse liberado de un oprobio doloroso que señala un interior postrado. La vida es pintarlo, la muerte el no conseguirlo.




2 de julio de 2009

WOLS


  • Lo patético se funde con la agonía de un destino que ni podía ni quería ser interminable.
  • El alemán Wols (1913-1951) vivía marcado por un hado en el que anidaba la fatalidad de ver y significar. Exteriorizó el signo de la muerte en una caligrafía de líneas que eran como entrañas devoradoras o metástasis infames.
  • En este autorretrato se advierte la irrupción de esas frondas malignas convocadas con la finalidad de socavar y pudrir un rostro que en sí es premonitorio.
  • Este artista fue un creador que no creía en sí mismo, que consideraba su obra como una tierra estéril, con unas raíces que no deseaban procrear pues para ello había que sufrir y padecer. Y la gran paradoja es que a pesar de toda su depresión y desánimo las hizo surgir con el veneno filtrado en su piel.
  • Desde aquí, desde esta esquina del Malecón, no percibimos la esencia de este mar antillano tan bien interpretado por Esteban Chartrand y Valentín Sanz Carta. También debíamos haber aprendido de la minuciosidad de Guillermo Collazo, o de la pasión por él de Leopoldo Romañach Guillén y José Hurtado de Mendoza. O de la sabiduría de Amelia Peláez y Víctor Manuel junto con la fantasía de René Portocarrero. Y sin olvidar a Mariano Rodríguez y Ernesto González Puig acompañados de Felipe López y Olga Román Suárez. Aunque lo que nos quedaba por sentir y ver nos lo reservaban Blanco López, Jurra Kessel, Manuel Mendive y Francisco Bernar. Brindamos por ellos y por la suerte de esta agua que amamanta tanto como engulle.

UMBRALES INCIERTOS