Él, a través de su obra, se piensa a sí mismo y su condición en su medio artístico, social, cultural e histórico, y a partir de ahí establece un constante diálogo y una permanente reflexión sobre una realidad con la que debe romper, ya que es el tiempo de conducir un cambio, de rehacer sobre lo andado.
Este artista canario llega así a una poética de la desolación y la soledad por esa línea que desde atrás, muy atrás, lleva hacia adelante, plasmando sus propias y últimas consecuencias y necesidades en el marco de una superficie agotada por la explotación y la penuria.
Ya no hay nada virgen, la violación se consuma hasta provocar sangre y la arpillera es el ataúd enterrado en la tierra negra. Y tampoco existe resurrección, el ciclo no la incluye pues eso sería una huida y tal opción ha quedado enterrada desde el principio.
Pero su obra sigue estando con nosotros, y mientras continúe será una prueba imperecedera de que hay muros que se pueden derribar.
El Malecón ha nombrado un encargado para poner orden en el espacio que domina. Es un tipo satisfecho de sí mismo, arrogante, doctrinario, prepotente, y además innecesario. Viste un traje de lino, camisa blanca y corbata. Hace todo tipo de tareas aunque sean minúsculas: control de la gente, recopilación de información, imposición de normas de coexistencia, etc. Grita y amenaza, consulta el reglamento constantemente y rellena formularios. Los habitantes ya ni hablamos ni protestamos, sólo escuchamos y bebemos. Que los vientos de la historia se hagan cargo de él y que sea pronto.