3 de junio de 2009

ÁLVAREZ VÉLEZ

Andando por un bosque siento las miradas permanentes de unos polifemos vigilantes. Después me encuentro con una hélice gigantesca enroscada en sí misma que quiere tragarme. Y al final una nube digital me pide que vuele con ella.

Mi amigo, el artista alavés Álvarez Vélez, de cuya pintura ya he tenido oportunidad de hablar, trabaja calladamente en una esquina abierta al cielo, viendo pasar los engranajes que luego atrapará para que se queden con nosotros. Tal es el prodigio de conseguir concebir la réplica de una sustancia aérea que está viva, que germina y se hace presente cuando ocupa lo que volátilmente le pertenece.

El aire se convierte en un taumaturgo aliado con el escultor con el fin de que haga posible su sueño de ver lo que alberga dentro de sí, sus formas, sus materias y sus espíritus. Siempre ha querido contemplarse porque así obtenía un conocimiento mayor de sí mismo y de aquello que podía ofrecer.

Nosotros, observadores de esa revelación, participamos con la sensación de intuir una sabiduría que nos brinda los momentos alados de la captación y la percepción según se plasma y se hace realidad.

En definitiva, Álvarez Vélez sólo tiene que continuar con ese presentimiento que amasa, configura, procrea y transita y estar con sus sentidos siempre alerta y dispuestos a desentrañar aquello que surge del manantial del aire.

Humberto y yo nos salvamos de la ejecución a última hora. Creían que habíamos participado, junto con otros habitantes del dique, en la Conspiración de la Escalera contra el Malecón. Todo falso. No obstante, la represión fue brutal: 78 condenados a muerte, más de 600 encarcelados y otros 400 expulsados del país. La deidad no tuvo más remedio que instalar un hospital al que se bautizó con el nombre de "hospital maleconero para los presos enfermos en la conspiración de color". Siempre nos libramos por los pelos. Y ya otra vez sin un ron que invocar.






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