Hilton Kramer admitía que hoy en día, sin una teoría que le acompañe, no puede ver un cuadro. Sin embargo, para contemplar estas dos obras del artista austriaco Albert Kubin no hace falta tesis alguna, ellas son su propia hipótesis y conjetura.
Lo que me fascina no es su heterodoxia respecto al espíritu de la época, su visión grotesca, su búsqueda de lo repulsivo, sino la precisión de una alucinación que conjura plasticidad y parodia con los efectos surgidos en las creencias y en las derrotas de una razón ultrajada.
Inquieta esta propuesta porque son cirios encendidos en unas tinieblas que ya están cansadas de guardar secretos inconfesables. Kubin, con su producción, ha ayudado a aligerar esta lista negra, pero aún queda una larga hilera de imágenes encubiertas ansiosas por salir a la luz.
Mi amigo Humberto está preocupado. Le han alistado en una brigada destinada a recolectar aceituna de mar. Él, en principio, trató de escabullirse alegando que desconocía tal fruto y que por lo tanto le sería muy difícil hacer ese trabajo. Todo fue inútil, tuvo que irse con el grupo. Yo me he quedado esperándolo pero han pasado tanto días y tantos rones que no sé si decirle al malecón que le escriba un buen epitafio para su resurrección.