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24 de junio de 2008

LA LOCURA


Gabriel García Muñoz, "Pintura", joven artista español, nos ofrece un retrato de la locura que gracias a su vertiginosa economía de medios muestra una visión que despoja lo accidental de lo exterior para configurar el esqueleto plástico de lo interior.


Es un viaje inverso que potencia el factor expresivo de lo que ya es esencia, núcleo de la supuesta defensa del hombre ante el caos. Pues esa figura entre barrotes de sangre no deja que la demencia nos horrorice sino la lucidez que la anima, la provoca y la hace sufrir.


Decía Hermann Broch que el arte nace del presentimiento de la realidad, Samuel Beckett añadiría que el arte es la apoteosis de la soledad y Herbert Read concluiría afirmando que la actividad artística comienza cuando el hombre se halla frente al mundo visible como algo infinitamente enigmático.


Presentimiento, soledad y enigma que convergen en la locura a modo de un discurso estético del que es ejemplo la desnudez pictórica de esta obra como fruto de un destino que está dentro de nosotros y que sólo lo vemos cuando el pintor lo pone delante de nuestra mirada.


Él permite que, a través de nuestros ojos, de nuestra memoria, sensibilidad e inteligencia, rellenemos esos vacíos entre las líneas y ese entorno crepuscular que interiorizan la enajenación que indiferentemente padecemos hasta que un día lleguemos al lugar donde ha estado él. Entonces el retrato se hará vivo y buscará la materia de la que estamos hechos para encarnarse.


El malecón guarda fielmente nuestros secretos y locuras, y lo hace con el cariño de un anciano protector, borracho de siglos y sediento de carnes. Mi amigo Humberto y yo le confiamos casi todos los días los sinsabores de nuestras penitencias y él nos abruma con las insensateces de sus pesares. Al final nos reprocha con lo de que ya es hora que en la pintura de Humberto aparezca la presencia del vacío, único homúnculo que puede redimirnos de una soledad y locura colectivas entre tanta penumbra.

22 de junio de 2008

TEORÍA DE JUEGOS


Jesús Vázquez, joven artista sevillano, guarda el secreto de un delirio en su cerebro y una idea fría en la manera de ejecutarlo pues sabe como abrazar el medio creador idóneo para darle forma.


La experiencia invisible, nos señala el artista, es una metáfora de la realidad y yo pinto esa alegoría para que se haga visible a modo de delirio.


Y nos traslada a las catacumbas donde esa quimera se fraguó y comenzó a tomar cuerpo, a estrujar líneas, a seguir los meandros de un dibujo que sabe como someter perfiles, a buscar las sendas cromáticas que destapen escenografías fantásticas de ultratumba.


Y lo que queda es ya leyenda, mito, imágenes en las que el significado de la vida se confunde con significados de otra existencia, se anhela otra muerte con distinta resurrección, mediante el lenguaje del éxtasis y el arte para alcanzarla.


En esta obra, trasciende lo caricaturesco para construir una atmósfera turbia, helada, en la que el color se ajusta de manera precisa a su cometido de expresividad concreta, no sale de sus contornos ni finge otras texturas, se concentra en la propia teoría que se representa, aquélla en la que desde la época medieval no sabemos como interpretar y por eso siempre somos incapaces de ganar. Él piensa que sí y para eso tiene esa magia que gracias a su poder de visualización penetra en nuestra mirada y la hace soñar.


Mi amigo Humberto y yo somos como dos fantasmas que mendigan por un malecón encinta de criaturas que no han empezado a hablar y ya gritan. Pero el grito se hace sombra, y nosotros nos guarecemos en ella para no perder la poca sangre que nos queda en provocar ardores ya hartos de rogar por una vida que no tiene más sol que una perpetua penumbra.

19 de junio de 2008

YEMAYÁ


Ayer, cuando mi amigo Humberto y yo limpiábamos y organizábamos el taller, percibimos la presencia etérea de un cuerpo que nos inmovilizaba con su sombra. Al ver la piedra de mar que portaba, nos dimos cuenta de que era Yemayá, que nos declaró hijos del santo y nos conminó a revelar su efigie en una tela que serviría para el llamamiento espiritual de lucumíes-yoruba, congos, carabalíes, mandingas, arará, gangá y mina en el malecón.


Sobre nosotros recaería una sentencia de oprobio si no cumplíamos lo decretado y sobre nosotros recaería una maldición eterna si del icono erigido no surtía la solicitud de estos habitantes para la cremación en hoguera de los "mongos" John, Canot, Blanco Fernández de la Trava (el de Gallinas) y Cha Cha (el brasileño Francisco Félix de Souza).


Al acabar el retrato, del que emanaban sonoridades yorubas y abakúas, la orisha nos quemó los labios con carbones ardiendo y nos hizo beber aguardiente de caña para aplacar nuestra sed.


Amanecimos hambrientos pero ya no pudimos comer, únicamente el ron se paseaba por nuestra garganta en busca de un abismo sin seres que sumergir.

18 de junio de 2008

FRONTERAS


Javier G. Vidal, joven artista navarro, autor de esta obra, es otro enviadable modelo de creador total, del que siente que el arte se manifiesta en distintos ámbitos, en diferentes entornos, en múltiples espacios, con incontables medios y recursos.


Por eso es fotógrafo, escultor y pintor, por ello ejemplifica una pasión que sólo tiene la frontera de un nuevo descubrimiento, de un innovador hallazgo que le permita continuar la ruta hasta el siguiente trecho en el que reposar lo construido, volver a analizarlo y descomponerlo, porque siempre hay algo que ha quedado latente pidiendo ser sacrificado. Nosotros estamos para verlo, él para exorcizarlo.


En esta pintura, el incendio evoca un todo emocional de rachas huracanadas que desvelan las turbulencias que es capaz de desencadenar la incandescencia del color depurándose a sí mismo. En esa fuerza radica un impulso incontenible que surge como un tornado de un mar en agonía. Ha conseguido que la oquedad que padecemos se llene y suspire.


Las ánimas vuelven al malecón habanero vestidas con túnicas rojas y rezando por los que como mi amigo Humberto y yo avanzamos perdidos en el bosque sombrío de un amanecer estéril. La música ya no suena y el color se mudó de esquina. Ahí quedó el lienzo reflejando nuestro vacío.

17 de junio de 2008

PÁJARO EN EL ESPACIO


Cuando en 1.926 Brancusi viajó a Estados Unidos con su escultura "Pájaro en el espacio", la aduana americana declaró que tal objeto no era una obra de arte y por lo tanto habría de pagar la tasa correspondiente a la catalogada como material bruto.


El artista recurrió esta decisión y finalmente, en 1.928, la Corte Suprema sentenció a su favor considerando que aunque no era una obra de arte realista pertenecía a una nueva tendencia.


Esta incomprensión y ceguera nos lleva a esos años en que el arte comienza a desnudarse, a transmutarse, a construir formas que tienen un lenguaje propio que nos traslada un mensaje que hemos de saber descifrar en sus propios términos, no en los nuestros, pues aunque emana del mismo hombre, es una criatura que éste ha sabido encontrar, agrandar, evolucionar, darle vida y convertirlo en un ser que expresa nuestras más íntimas desolaciones, soledades, angustias y regocijos. Después lo describimos con sustantivos, adjetivos y hasta adverbios. No hacía falta, la brújula indicaba la dirección segura.


Mi amigo Humberto y yo oteábamos la carne opaca que deambulaba en el entorno del taller en esta noche de vírgenes marchitas. Las texturas tomaban en el lienzo el color de una pasión ardiente, que no sólo era de ron sino también de cuerpos oscuros que se consumían en un éxtasis de fuego que nos abrasaba de hielo y nos condenaba a seguir ciegos.

12 de junio de 2008

EL SUEÑO DE UNA CALAVERA


Luis Fernández, pintor nacido en Asturias a la que abandonó muy pronto, conjura con esta obra una dimensión que le permita acceder a la sensación de tentar la verdad de nuestra mortalidad.


En sus calaveras se perfilan ángulos, contornos, prismas, que modelan un pictograma en claroscuros hasta no inferir si es el desnudo de una cabeza o lo que paulatinamente se ha formado ensamblándose internamente y emergiendo de un fondo oscuro, el de una capilla de ánimas desaparecidas.


En todo caso, construye la belleza fría de estos cráneos con esa luz de crepúsculo y esa marea de color estática,como la reflexión de una contradicción entre lo que se deja y lo que nos llevamos. Y él sostiene que la armonía, la gracia y la perfección no deben ausentarse ni cuando ya somos una simple osamenta.


Obra que apacigua temores pero no dudas, que es símbolo de fugacidad pero perenne en su estética para que haya una continua meditación. El pintor convino en llevarla a cabo pintando la magia de esa caja ósea en repetidas ocasiones porque en cada una de ellas subyacían, en paz y sosiego, sus propias preguntas y respuestas. Y quizás también las nuestras.


Hoy el malecón solloza de tanta maldad. Olokun desencadenó un mar áspero que pisotea las entrañas de los moradores que suplican una caricia de sal. Los orishas Elegguá, Oggún, Ochosi, Osun, no están para defendernos. Mi amigo Humberto y yo, despavoridos, fuimos a echarnos los caracoles. Los suyos se mantuvieron mudos, los míos pintaron una cruz blanca y una línea oscura, señal de que mi tiempo se va acabando.

11 de junio de 2008

POST MORTEM


El artista asturiano Juan Carlos Carrasco, en su exposición "POST MORTEM" recientemente inaugurada en Gijón, ha iniciado su aventura partiendo en cierto sentido de una cercana referencia a las singladuras formales y conceptuales en que se embarcó la "Nueva Objetividad" alemana, el realismo mágico o incluso De Chirico (por algo había que empezar), para construir su propio proyecto, que al mismo tiempo lo circunscribe a la contemporaneidad más visible y emblemática a través de formatos ópticos cuya vocación estilística es situar la imagen como signo de una cultura señalada por el impacto reverencial a la virtualidad de la imagen.

Con ello, introduce el mensaje visual de una concepción plástica que tiene al hombre como su principal objeto, como su más obsesiva alegoría, investida de espacios de luz que revisten una envoltura cosmológica.

Por eso, hay cierto sarcasmo, cierta ironía, pero también compasión, distanciamiento, juego, escepticismo, en el dibujo de esos seres antropomórficos, asexuados, que no son conscientes de su condición mortal, ni de una naturaleza que les deja indefensos ante su fin.

Los planos cromáticos luminosos son el contorno de una fábula desmitificadora que nos conduce a aquellos que son nuestros miedos más íntimos, más inconfesables, y no deja de haber por ello un propósito festivo, jocoso, que induce a la mirada a un esfuerzo de introspección para hallar el testigo de la fe en un destino en el que no se quiere pensar.

Obra que hace de la paradoja una visión que deslumbra por sus amplios planos, por sus abiertas perspectivas, por sus apiñadas criaturas deambulado incansables en un círculo post mortem.

Mi amigo Humberto y yo, ensimismados en esta reflexiones, nos encontramos a la entrada del cementerio. La mísmisima muerte, Ikú, nos abre la puerta y nos lleva hasta Eggún, el espíritu de los muertos, y Yewá, la lechuza que vigila, que nos presentan a Oyá, la dueña de las tumbas. Sacamos el ron y nos pusimos todos a brindar porque nuestro itutú, llegado el momento, serenase nuestra alma y nos diese descanso eterno. Seguro que Juan Carlos así lo hubiese querido y deseado.

UMBRALES INCIERTOS