El austríaco STAUDACHER es como si hubiera leido a Lissitzky y le hubiese tomado la palabra cuando éste exclamaba que el color debía aparecer en su estado de mayor energía, pues era el estado más puro de la materia.
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En su pintura, el autríaco no brinda ningún asidero, es pura rabía y de ella emergen unos vertidos cromáticos que son la metáfora de una entropía que juega consigo misma.
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No busca complacencias pero sí signos para escucharse, para que sus gestos tengan el alcance que necesita, la visión cuya audacia es ingobernable en sus dudas y debates.

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