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3 de noviembre de 2012

JUAN PÉREZ AGIRREGOIKOA (1963) / MUERDO

  •  El dibujo ha pasado de ser la fase previa de la obra artística, el esbozo o boceto, a erigirse, a partir del siglo XVIII, en un elemento artístico por sí mismo. A través de la línea individualiza y concluye, estructura el espacio y lanza el mensaje.      
  • Dibujos los hay sobrios, virtuosos, preciosistas, decorativos, rigurosos, pero también, como éstos que se ven, demoledores, fustigadores, provocadores, fieros, sin parsimonias perfeccionistas, sin formulismos veneradores, sin virtudes inmaculadas.   
  •  Para el donostiarra AGIRREGOIKOA, que expone en el Reina Sofía,  el cierre de las formas permite una visualización clara, concisa, penetrante, incisiva. Y en la misma medida, una lectura salvaje e intelectiva. Él mismo lo confiesa: "lo real te golpea continuamente y el arte es una manera de manejar y negociar la angustia que te provoca".     
  • El perro es nuestro alter ego, oficia de protagonista en todas las secuencias y desborda el marco de significación que normalmente le está atribuido. Ya no es un simple ser de compañia, es más que todo eso, incluso conciencia de una misma naturaleza que siempre está jugando a ser víctima escindida o verdugo impenitente.  Todo un discurso político, satírico, existencial resume el conjunto de un trabajo que seguro que deconcertará, enfadará o será compartido, mas es segura su andadura sin afanes pervertidos.

  • Como suele ser habitual cada día, Humberto, Felipe y yo nos acodamos en el muro del Malecón y soñamos con el horizonte. En eso que pasa a nuestro lado un habitante con un  rabo velludo como el de un raposo. Humberto, que se lo sabe todo de estos personajes, con los que ha compartido tanta cantidad de ron como lluvia de aljibe, nos cuenta que antiguamente existía un linaje de hombre que le traía reliquias al Malecón, con cuyo olor éste casi se sustentaba. Pero, con ocasión de que les denegó una petición, en lugar de ellas le pusieron cosas hediondas e inmundas, por lo cual les condenó a ellos y a sus descendientes a que les naciesen rabos. Éste era uno de ellos.  En esta isla no se salva ni Dios, fue nuestra conclusión.        

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