Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
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7 de enero de 2012
REINERIO TAMAYO FONSECA (1968) / NO ME PERTURBEN QUE NO ME SALEN LOS VIENTOS
¿Cabrían unos espacios cósmicos de tanta danza, locura, ucronías, convulsiones, humor y jolgorios? Ahí los tenemos, con sólo contemplar la obra del cubano TAMAYO.
Que someta al surrealismo, a lo metafísico, al clasicismo, al barroco, al expresionismo, etc., a una interpretación trepidante, es lo de menos. Lo de más es su carga de profundidad pictórica y retórica.
No ahorra estiletes ni mengua las dimensiones, hacen falta desahogos, vestir imaginarios, reunir el discurso de los iconos, sembrar las miradas de picaresca narrativa y exaltación múltiple.
Que no haya otros vislumbres de los que quieren ver o están más allá, es infamia socarrona de ciudadanos ilustres, porque están todos cantando, reconciliados con la vida y ya con el peaje pagado a la muerte. Amén sea dicho y hecho.
Y ahora que la fiesta continúa, observemos que estas correspondencias plásticas actúan, no incinerando, sino haciendo posible el que la quimera representada no siga defraudando.
Voy del Navia al Eo para encontrarme con el "Patricu". Me dijeron que era fácil de ver porque era muy grande, tenía un solo ojo y andaría hundiendo algún barco. Mi propósito era llevarlo al Malecón, dado que siendo antropófago, serviría para devorar tanto naúfrago desesperado por tener un lecho y además caliente.
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