Un breve paseo por obras y artistas que infunden otra forma de mirar. Es una aproximación cuyo deseo es provocar otras emociones más íntimas y cercanas si cabe.
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2 de enero de 2012
CHECHU ÁLAVA (1973) / LA MUERTE NO SE SEPARA
Distingo el espíritu pero no la carne, la forma pero no el fondo. Salen de sus nadas y me dicen algo. Entonces me asalta la duda de que es lo que miro.
Para la asturianan ÁLAVA lo que le otorga su condición de artista es bordear tenuemente el abismo pero sin llegar a caer en él, por eso sus personajes penetran en nuestra atmósfera como una extensión del yo y su imaginario.
Horadan y calan. Perforan y atraviesan. Son duendes familiares allí donde se coloquen, nunca desaparecen, ni al amanecer ni en el ocaso porque son víctimas del encantamiento plástico a que las ha sometido el artista.
Dentro de esa nebulosa cromática, tratada como un celaje autóctono, caben todas las gamas, todos los seres, todas las señales y todos los semblantes. En cuanto a descubrirlos, fijémonos en los atributos peculiares, en las cualidades intrínsecas que serán fantasmas de leyenda.
"Lástima non te faigas llobu, pá que te fartes de carne".
El Güercu, el Tamboriteru y la Muerte Mesada iban en el carro por El Malecón. Iban contando, cada uno con sus cuentas y sus espíritus en pena, la Señora en la de todos. La procesión de la Güestia, con huesos encendidos y blancos sudarios, ya había salido para encontrarse con ellos, murmurando:
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