16 de junio de 2011

RAQUIB SHAW (1974) / NO ME SUELO CRUZAR CON NADIE SIN UN TOLDO ENCIMA


  • Si hay un aserto que me coarte y limite es éste de Jean Guichard-Meili:

  • "No podemos fijar la obra de arte en una espesa de nube de frases e ideas, brumas de palabras cuyos estratos superiores están formados por desarrollos filosóficos y los inferiores por reflexiones estúpidas. No se trata de comprender sino de mirar. Nuestra mirada, para ver, para llegar a una comunión con la visión del artista, debe, en su seguimiento, actuar visionariamente".

  • Y ahora, al comentar la pintura de coches, purpurina, dorada o pedrería de imitación del indio SHAW, puedo emprender dos opciones. Circunscribirme a sus propias palabras: "yo bailo con mis cuadros y bailo al son de una música que nace de la locura del corazón".



    • O constatar que lo que le da a la obra su valor es que tenga su justo peso, su propia vida. Y ésta, a través de esa misteriosa y rozagante fauna, la tiene. La tiene como una hoguera siempre despegando del apagamiento, confiando en la inmortalidad de lo que nunca será un cese o un acabamiento mientras haya una celebración, un éxtasis que plasmar.



      • Ya desde Oriente u Occidente hemos de entender la estética como una condena sin plazo fijo, la sentencia de una mirada que viene después del veo luego existo. Pues ese castigo se forma a través de una sucesión de momentos de penetrar sintiendo una visión en el espacio. Lo que propone este artista ni anula lo sagrado ni diviniza lo profano, exalta el valor prestidigitador de lo plástico, el ilusionismo puro y duro de acordes asiáticos hibridados rebosando el estigma más virgen de nuestro imaginario.



        • Habrá todavía un eco en la tierra, cuando el pie

        • yazca inerte y, la voz, muda.

        • (Charles Hamilton Sorley)









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