23 de diciembre de 2010

MICHAEL RAEDECKER (1963) / FRÍO INTERIOR

Además de ver, estamos dentro y percibimos un frío interior. Caminamos entre perspectivas desamparadas, paisajes anacoretas. No hay rumores de viento.
No importa que nos vislumbremos en un retrato fantasmagórico. Por eso no vamos a dejar de ser ni tratar de impedir el hecho de aguardar lo calcinado o sombrío, o lo fluorescente y sublime.

Asimismo, para el holandés RAEDECKER el valor del rastro, de la huella, del sendero, es ese testigo que evoluciona a partir de una pincelada o un trazo, frágil señal niveladora, aunque sin permitir que esa influencia corrija el abandono del que somos espectadores.


Si es soledad confía en el entorno estático casi monocromo; si es angustia ya no hay que pensar más que en la visión que alrededor nos acompaña, entre objetos yertos, suelos dormidos y paredes desvaídas.



Pero si es desconsuelo, el revestimiento cromático, cargado de textura, es la bruma blanda donde envolver la realidad de una poesía visual que parece quieta aunque nunca ha dejado de estar en movimiento.



El sentimiento es exploración en la pintura, de eso no cabe duda, mas esos viajes también acaparan la lucidez sobre como idear unas estructuras plásticas que enlazan misterios y existencias, cavilaciones, destierros y clausuras.




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