No importa que nos vislumbremos en un retrato fantasmagórico. Por eso no vamos a dejar de ser ni tratar de impedir el hecho de aguardar lo calcinado o sombrío, o lo fluorescente y sublime.
Asimismo, para el holandés RAEDECKER el valor del rastro, de la huella, del sendero, es ese testigo que evoluciona a partir de una pincelada o un trazo, frágil señal niveladora, aunque sin permitir que esa influencia corrija el abandono del que somos espectadores.
Si es soledad confía en el entorno estático casi monocromo; si es angustia ya no hay que pensar más que en la visión que alrededor nos acompaña, entre objetos yertos, suelos dormidos y paredes desvaídas.
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