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3 de noviembre de 2009

BARRY FLANAGAN (1941)

Si el creador estuviese obligado a expresivizarse en la misma obra de arte, si se forzase a materializarse en ella, hubiera hecho lo que el artista galés Barry Flanagan eligiendo un alter ego capaz de conjugar lo íntimo con lo ajeno.
Sus liebres monumentales recalan en nuestro objetivo visual, lo atraviesan y se sustancian en nuestro yo, concentrando nuestro sentido fenomenológico en un animal humano que piensa, juega, corre, danza, escapa y desde sus distintos promontorios nos contempla con humor y hasta con sarcasmo.

Si se invive aquello que se crea, la justificación plástica y escultórica ya están dadas y concedidas si estamos abiertos a compartirlas, pues si no estaríamos expuestos a ese horror al vacío cuando nos falta esa perspectiva estética que añade realidad y trascendencia a la vida.


Al encontrarme con mi amigo Humberto en nuestra esquina ya a punto del ocaso, le murmuro que El Malecón se ha dirigido a mí para espetarme que va a tener que matar al pollo para asustar al mono. Él, entusiasmado, me dice: pues entonces podremos comérnoslo. Tan idos estamos que hasta las metáforas podríamos devorar.



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