Sus liebres monumentales recalan en nuestro objetivo visual, lo atraviesan y se sustancian en nuestro yo, concentrando nuestro sentido fenomenológico en un animal humano que piensa, juega, corre, danza, escapa y desde sus distintos promontorios nos contempla con humor y hasta con sarcasmo.
Si se invive aquello que se crea, la justificación plástica y escultórica ya están dadas y concedidas si estamos abiertos a compartirlas, pues si no estaríamos expuestos a ese horror al vacío cuando nos falta esa perspectiva estética que añade realidad y trascendencia a la vida.
Al encontrarme con mi amigo Humberto en nuestra esquina ya a punto del ocaso, le murmuro que El Malecón se ha dirigido a mí para espetarme que va a tener que matar al pollo para asustar al mono. Él, entusiasmado, me dice: pues entonces podremos comérnoslo. Tan idos estamos que hasta las metáforas podríamos devorar.
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