Pionera de los campos de color, diluía la pintura con trementina o queroseno para que así el lienzo lo absorbiese y éste fuese una mancha que empapase la atmósfera, que recrease ingrávidamente el espacio hasta conseguir flotar en él.
La técnica y su virtuosa aplicación es la clave oculta de la obra, la que al final no se ve y se detecta tan sólo en las gamas cromáticas que parecen nadar sobre la superficie inmaterial, que nos invitan a penetrar en esas masas frías o calientes que en su dinamismo nebuloso concitan ámbitos de recogimiento y sosiego.
Humberto choca las palmas de las manos y recita:
"Tín, marín, de dos pingüé, cúcara, mácara, títere fue". Pero el Malecón no dejó volver el agua.
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