Esta obra de Nicolás de Staël se guarece en la poesía de la levedad para encerrar el misterio de una construcción blanca en un negro recinto de soledad.
Este pintor ruso que se quitó la vida en Antibes confiaba en que lo abstracto fuese el poema gráfico de una vivencia exhausta de tanta angustia no acabada. O la evolución de una pintura que estaba en los márgenes extremos de un verso puro, incontaminado de lo ya vivido y en camino de lo degenerado.
Levedad que no se sostiene, que gravita, que es un aroma entrevisto, un perfume del sino de pintar tenuemente los dos polos de un mismo destino. No hay crueldad en ello, sino la exacta melancolía de una existencia que termina.
Los mudos convergen en el malecón porque quieren hablar, pero nada más verse y reconocerse saben que el aprendizaje del lenguaje está por llegar. Y también saben que esa nueva lengua tendrá otro alfabeto y designará los conceptos según la forma de los labios. Mi amigo Humberto y yo, enmudecidos, comenzamos a pensar que no hay historias que no quisieran escribirse sino amanuenses que han quedado mancos por relatarlas en silencio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario