Pedro Pablo Oliva, el gran artista cubano, es el culpable de este "Gran Apagón" que dejó el malecón huérfano de vírgenes mulatas y empachado de soledades fortuitas.
Y yo me he quedado solo en él pues mi amigo Humberto se ha ido a colonizar la Galia con su pintura, cargada de rostros que debido a su fealdad no se permiten soñar. Sean o no fantasmagorías de la razón o de la enajenación, son iconos de la cubanidad que se expresa con un propósito perpetuo y fechitista.
Oliva, en cambio, es cara y cruz de lo que siente según lo va creando, por eso pinta una humanidad enana, tirada en una esquina, absorta, como muñecos dormidos o muñecas insomnes, pensadores de lo absurdo de una existencia que nada tiene que ver con ellos y cuando lo tiene es para hacerles más pequeños e impotentes.
Coreografía tierna e irónica, de luces y sombras, de cuentos de hadas y de lobos tozudos, que siempre nos encuentran y ya no nos abandonan.
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